lunes, 9 de marzo de 2009

Eastwood, cabreado pero impotente


Me sorprende encontrar el cine lleno. Bueno, es un domingo por la tarde. Pero esta película, El Gran Torino, tiene tirón popular, como lo tiene el propio Clint Eastwood. Todos esperamos encontrar al vengador impasible habitual, al llanero solitario, al clásico héroe de western, a una versión más de Harry el Sucio o del vaquero de Sin Perdón. Eso es lo que vamos a ver. Pero, me temo, no se trata de eso.

La película empieza en un tono de comedia agridulce, el público le ríe la mala baba al protagonista, un tipo hosco, solitario, escupidor, que se pone borde con los vecinos, con los hijos, con los nietos, con todo el mundo. La verdad es que todos ellos son una panda de giles que sólo parecen desear que el hombre estire la pata para quedarse con su coche y con su casa.

El menda se ha pasado la vida currando en la Ford, después de haber peleado y sufrido en Vietnam. Los hijos le han salido bastante pavos y se ha quedado sólo en la casa que, se supone, ha adquirido con el sudor de su frente. Todos los blancos del barrio han vendido sus propiedades y, en su lugar, han aparecido los hmong, una etnia asiática que, precisamente, fueron masacrados en Vietnam porque su anticomunismo les llevó a apoyar a los americanos.

Aparece un curita joven y bastante repelente que está empeñado en que CE confiese sus pecados, él, que sólo aparecía por la iglesia para darle gusto a su adorada mujer.

Pero como una película de acción no se sostiene, desgraciadamente, sólo con el retrato psicológico de un patriota -con los consabidos tintes racistas-, aparecen los malos, que no son otros que una pandilla de jovencitos armados y embutidos en un coche con alerón trasero. Y aquí la película empieza a hacer menos gracia porque los malos, al principio, son sólo una panda de capullos. Como CE no soporta a los malos, porque es un tipo chapado a la antigua y se preocupa por el hecho de que cuatro hijos de puta aterroricen al vecindario, que resulta ser el suyo, mal que le pese, empieza a acercarse a sus vecinos orientales, víctimas de los malos. Y a partir de aquí las cosas son menos convincentes y, en mi opinión, la obra empieza a naufragar.

Para colmo el excombatiente se interesa por un chaval que ha intentado robarle el coche (aunque obligado por los malos) y que resulta ser bastante corto de entendederas. Cuando CE decide darle una lección a los malos éstos, en lugar de amilanarse, se crecen y demuestran que todavía pueden ser peores. Hay que hacer algo, pero ¿qué?

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