Hace una tarde muy agradable. Nos vamos a dar un paseo junto al río, aquí al lado, hasta que Teresa termine su cursillo de natación.

Hay que meterse por un sendero angosto e inquietante, junto a esta medianera en ruinas y rodeada de maleza.

A nuestra espalda el Polígono 54. Ese es el nombre que le ha quedado. Una aglomeración edificativa situada a unos metros sobre el Bidasoa a su paso por Irún.

Al fin se atisba el curso de agua, que se ensancha en esta zona, a un par de kilómetros de su desembocadura y que se cierra al fondo con el Jaizkibel.

Pero antes hay que disfrutar de este cielo y estos árboles.

Se acerca unas piraguas, muy frecuentadoras de estos parajes. La otra ribera pertenece a las islas de la desembocadura, dicen que tierras muy fértiles, donde las huertas se alternan con espacios vírgenes donde se refugia la fauna.

Mientras yo me recreo con el agua y el paisaje, Mateo, que hoy no ha asistido al cursillo porque está muy acatarrado, ha hecho provisión de piedras y las lanza al agua. Da gusto verle disfrutar. Si de él dependiera se quedaría tirando piedras hasta que anocheciera.

Las barcas solitarias qué encanto tienen. Incluso cuando están emparejadas parece que se entienden entre ellas. Están tan integradas en el paisaje que se dirían seres vivos.

Aquí al lado hemos visto cómo algunos paseantes les dan de comer a las familias de patos y otros parientes. Los animales se acercan hasta la orilla pero se les ve que ya están algo saturados de pan. Los corrocones, sin embargo, no desaprovechan una miga. Son tantos que apenas llega para todos. Ah, qué poco me gustan estos peces. Me recuerdan a las pirañas.

La fábrica de pan Recondo produce una de las contaminaciones más gozosas que existen: la del olor a pan recién horneado. Sus instalaciones se reflejan en la regata.

Y por esta calle solitaria, con el sol a nuestras espaldas...

regresamos al Polideportivo. El sol de poniente se refleja en su fachada.
Estupendo paseo.
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