lunes, 13 de julio de 2009

La confesión

De pronto el sacramento de la confesión –o, mejor, su decadencia- han suscitado la atención de dos de los grandes. El Mundo le dedica su reportaje central bajo el ocurrente título: En España no se confiesa ni Dios. Ofrece un par de detalles que ignoraba: la confesión individual y auricular, que yo imaginaba eterna, procede del siglo XII, se concretó en el concilio de Trento (siglo XVI) y no se convirtió en una práctica frecuente hasta el siglo pasado. Al parecer la experiencia posterior de la confesión comunitaria ha sido un fracaso.

El 80% de los católicos ha abandonado la confesión. Parece que el sentimiento de pecado ha desaparecido, de lo cual se infiere que el estado calamitoso del mundo se debe a razones estructurales. Me entero también que los católicos comulgan sin confesarse, algo que en mis tiempos de alumno de las Escuelas Cristianas, era considerado como una profanación.

Pero, abro El País y me encuentro con Carlo Maria Martini, cardenal arzobispo de Milán, la jerarquía eclesiástica favorita de la socialdemocracia. ¿Y de qué habla Martini? Pues de la confesión:

“Verá usted –dice el cardenal- la confesión es un sacramento extremadamente importante, pero ya exangüe. Cada vez son menos las personas que lo practican, pero, sobre todo, su ejercicio se ha convertido en algo casi mecánico: se confiesa algún pecado, se obtiene el perdón, se recita alguna oración y se acabó. En la nada o poco más. Hay que devolver a la confesión una esencia auténticamente sacramental, un recorrido de arrepentimiento y un programa de vida, una confrontación constante con el propio confesor; en resumen, una dirección espiritual.”

Por pedir que no quede. Entretanto, hay otro tema que preocupa a Carlo Maria Martini: el divorcio y la relación de la Iglesia con los divorciados. Ahí ha pinchado el hueso, me temo.