lunes, 28 de septiembre de 2009

La araña


Cuando me levanto por la mañana, antes de salir al jardín, visito a la araña. Casi todos los días, a esta hora, permanece inmóvil en el centro de la red, al otro lado de la ventana. Debe ser su hora de comer. A medida que transcurre la jornada el animal permanece escondido. El trabajo que hace para confeccionar la red es admirable. Es difícil dudar de su inteligencia y remitirlo todo a su instinto, a su código genético o un posible aprendizaje heredado de padres a hijos. Otra idea me ronda. Ella es una de las auténticas inquilinas de esta casa, que permanece deshabitada la mayor parte del año. Me asombra esa tendencia a la estabilidad, a la vida sedentaria de las arañas. Si están a gusto y en buenas condiciones de subsistencia en un lugar, ya no se mueven. Al menos las de esta casa donde apenas tiene predadores ni escobas que las persigan. Los días en que no ocupa su puesto en la red me llevo una pequeña decepción.

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4 comentarios:

  1. A mí me fascinan. No conozco una encarnación de la metáfora más lograda, más exquisita dentro de su crueldad.

    Por cierto, Juan Luis, ese gusto de los arácnidos por el sedentarismo podría deberse a que nunca conocieron hipoteca (y no precisamente en sentido bíblico).

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  2. Son fantásticos estos bichos. He tenido una en el espejo retrovisor de mi utilitario durante meses. Se ha estado paseando por el bajo Bidasoa sin moverse.
    Pobres bichos. Si te parece poca hipoteca estar sometidos a los humanos...

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