“Los llamados ermitaños de la antigüedad no eran hombres que se ocultaran y no se dejaran ver, ni hombres que guardaran sus doctrinas y no las hicieran públicas, ni tampoco que mantuvieran oculta su sabiduría y no la manifestaran a los demás. ¡Eran tan contrarios y desarreglados los tiempos en que vivían! Cuando los tiempos son propicios, el sabio se manifiesta ampliamente en el mundo, y entonces retorna a la perfecta unidad y no deja huella alguna; más si no hallan ese tiempo propicio, penan grandemente en el mundo, y entonces se ocultan profundamente en la máxima quietud, y esperan. Este es el arte de perseverar la propia persona”
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