jueves, 9 de junio de 2011

¿Cioran desesperado?


Recupero del estante En las cimas de la desesperación, un libro que E.M. Cioran escribió a los 22 años en su Rumanía natal. Lo compré hace un par de años y no lo había leído. Es una edición de Tusquest, en bolsillo, y tiene una portada horrenda con un toque repelente.

Lo abro por un capítulo titulado Nada es importante y encuentro el siguiente texto:

“Nada debería interesarme ya; hasta el problema de la muerte debería parecerme ridículo; ¿el sufrimiento? –estéril y limitado; ¿el entusiasmo? –impuro; ¿la vida? –racional; ¿la dialéctica de la vida? –lógica y no demoníaca; ¿la desesperación? –menor y parcial; ¿la eternidad? –una palabra vacía; ¿la experiencia de la nada? –una ilusión; ¿la fatalidad? –una broma.”

Un párrafo frívolo. Un párrafo cargado de literatura hueca. Un párrafo para Francia y su potente industria cultural. Una desesperación “menor y parcial”. Qué valor titular esta obra tan pomposamente.


Por último, antes de devolver el volumen a su sitio, leo en la contraportada unas palabras del autor: “El título es pomposo y trivial a la vez”. Cioran había preparado varios encabezamientos y, como no se decidía, lo consultó con un camarero de su café favorito. El camarero fue el responsable.


¡Cuánta literatura!




5 comentarios:

  1. Cioran era, no sé si lo seguirá siendo, un autor de referencia para Savater. Le dedicó un libro, creo, hace años.

    Y sobre Semprún, nunca me inspiró mucha confianza, la verdad. Sólo le conozco de su faceta política, no literaria, pero el comunismo, la verdad, siempre me pareció una cosa un tanto siniestra. Otra cosa es el socialismo, al que creo que le debemos muchas mejoras sociales en Europa, impensables en Estados Unidos, por ejemplo.
    Semprún es uno de esos ejemplos, tan abundantes en nuestro comunismo, de gentes procedentes de la alta burguesía, incluso de la nobleza, metidas a liberadores de la clase trabajadora.

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  2. En efecto, Savater fue el introductor de Cioran en España. Tusquets tiene una biblioteca dedicada a este autor, que ha gozado aquí de una popularidad sorprendente para tratarse de un ensayista. Yo lo he leído con interés, pero sus relaciones con el fascismo rumano y con el nazismo durante su juventud no son desdeñables.

    En el caso de Semprún también se ha corrido un tupido velo sobre su pasado estalinista. En ambos casos puede que haya intereses editoriales poderosos para tanto silencio y ocultamiento.

    Estoy muy de acuerdo contigo en el último párrafo sobre Semprún. Respecto a los socialistas habría mucho que hablar. Sus relaciones históricas con el leninismo y el estalinismo -al menos en el caso español- no son, ni mucho menos, para ignorarlas. Por no hablar de la situación actual, cargada, en mi opinión, de aromas del pasado.

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  3. Lo que más daño ha hecho a nuestra convivencia y a nuestra realidad vasca es el progresismo de Madrid en todas sus facetas. Desde las más radicales a las más moderadas.

    El PNV se enganchó al socialismo vasco y con él a la República (sin haber participado para nada en su gestación: estuvo ausente en el Pacto de San Sebastián, donde republicanos, socialistas y catalanes pergeñaron el cambio de régimen) sólo para conseguir el Estatuto. Después se presentó en la Transición como máximo defensor de la República, a la que dejó tirada en Santoña. Se quedó con todo el prestigio de la II República, por encima incluso del socialismo, al que hundió en la miseria con la vuelta a la Democracia: el socialismo vasco, incomprensiblemente, cedió todo el pasado democrático al nacionalismo. Y en esas estamos.

    Después, durante toda la Transición, el progresismo de Madrid se encargó de decirnos que los nacionalismos eran parte sustancial de la gobernabilidad de España y que había que darles poder. Y los nacionalismos cogieron el poder para no soltarlo ya jamás.

    El progresismo se ha cargado España, así de sencillo.

    Y hoy, que la identidad ha sustituido a la clase social tanto en las aulas universitarias (en la UPV-EHU tenemos hasta un máster de euskal nazionalismoa), como en la mentalidad popular, tenemos un progresismo que prefiere quedarse con los nacionalismos que ponerse a construir estado español. Te lo digo como lo veo: solo queda el PP para intentar reconstruir algo de lo que podría ser España.

    Los nacionalismos saltaron del barco español con el Desastre del 98 y ahí siguen, hundiendo todo lo que pueden y más el presupuesto español y los fundamentos de una convivencia civil: ellos son los que propiciaron el Estado de las autonomías que está sangrando el Estado nacional; ellos son los que quieren acabar con España y gracias al progresismo español lo están consiguiendo.

    España como Estado y como nación tiene más legitimidad histórica y política que los nacionalismos, tiene más legitimidad moral incluso. Los nacionalismos no son más que derivaciones del pasado español que en lugar de arrimar el hombro para reconstruir los restos del naufragio, optaron por intentar acabar del todo con lo que quedaba de Estado.

    El progresismo es el aliado imprescindible, históricamente y visto también desde el presente, de esos nacionalismos en su labor de zapa.

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  4. Gracias por los comentarios, Pedro. Habría tanto de que hablar y tan pocas ganas ya.

    Desde el momento en que el Gobierno socialista y el PSOE, con la bendición del Tribunal Constitucional, ha permitido que un movimiento político que tiene detrás -sino delante- a un grupo terrorista en activo, acceda a las instituciones democráticas (con todas sus clamorosas deficiencias) ya no puede hablarse de Constitución, ni de democracia, ni de libertades. Eso ya ha pasado a la Historia.

    Un sistema que no respeta el principio de que todos los votos tienen el mismo valor -lo que nunca ha sucedido en la así llamada España democrática- no podía terminar más que como lo está haciendo.

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  5. No sé, Juan Luis, lo bueno de Cioran es que dijo verdades como templos y a renglón siguiente las celebraba como chistes. O así interpreto yo a este señor que tanto me gusta. Y si es verdad lo que dicen que es el humor, el humor-humor, claro, pues yo sí creo en su desesperación. A pies juntillas y camareros aparte.

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