Pasear por el centro de una ciudad, a orillas de un
río, entre arbolado frondoso y con el tráfico rodado a distancia, es un lujo que
pocas ciudades permiten. Burgos es una de ellas. Lo verifico la mañana festiva
de Todos los Santos. Apenas hay gente en las calles, el cielo está cubierto
-cosa rara en esta ciudad castellana- y de vez en cuando se escapa una pizca de
lluvia. Pese al frío el paseo resulta muy vitalizante.
El Arlanzón baja
caudaloso y vivaz. La vegetación de la ribera tiene un agradable aspecto otoñal
con tonos rojizos, amarillos y ocres. Los turistas, entre los que nunca faltan
los japoneses, se concentran en las inmediaciones de la catedral. Antes de
visitar el Museo de Burgos, al otro lado del río, entro en el Café Espolón, en
un lateral del Teatro Principal. Por este veterano establecimiento han pasado
celebridades como Gala, Dalí y Orson Welles, cuyas fotografías lucen en las
paredes.
El río
Arlanzón, de 115 kilómetros, es un afluente del Arlanza y pertenece a la cuenca
del Duero. Nace en la sierra de la
Demanda, a 2132 metros de altura. El Arlanzón cruza la ciudad
de este a oeste y ofrece un buen refugio a aves acuáticas y especies vegetales.
A lo largo de los siglos se han producido varias inundaciones. La que más
víctimas causó tuvo lugar en 1527. Tras una copiosa nevada que paralizó la actividad
urbana se produjo un rápido deshielo cuyas aguas anegaron la ciudad.
En sus
orillas se han cultivado cereales como trigo, cebada y alfalfa. También se ha
utilizado para la extracción de grabas. Hasta los años 50 pastaban vacas y
ovejas en sus orillas y hasta los 60 abundaba la pesca de trucha, barbos y
cangrejos.
Fotos, improvisadas con un móvil, de JLS.











No hay comentarios:
Publicar un comentario