La ciudad tarda en desperezarse. Es un día festivo, los comercios están cerrados. El paseo del Espolón ofrece este aspecto.
Junto a la puerta de Santa María aparece el busto dedicado al pintor burgalés Marceliano Santamaría, coronado de flores.
Los turistas como yo, bien abrigados, somos los únicos que nos dejamos ver al comienzo de la jornada.
Una y otra vez me asomo a la ribera del Arlanzón. No cansan estos delicados tonos otoñales, ni el suave fluir de la corriente, ni los patos y otras aves que viven aquí, ni los senderos que se pierden aguas abajo.
Aquí se resuelve el misterio de por qué tantos turistas se aproximan a la plaza de la Catedral con un cucurucho de churros en la mano. Creo que ya voy a decidirme a entrar en el Museo de Burgos, aquí al lado. (Fotos, improvisadas con el móvil, de JLS.)








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