sábado, 1 de julio de 2017

El parque litoral de Abbadie en Hendaya

Una de las gemelas y el cabo de Higuer

Hace dos o tres semanas que no salgo a la naturaleza. Ha llovido durante todo el día. El cielo está muy cubierto y sopla un viento fuerte del norte. A media tarde me decido a dar un paseo por el parque de Abbadie, una gran extensión de landa y bosque situada junto a los acantilados. Quizá el lugar más bello de Hendaya, al que acudo cuando estoy necesitado de pasar un rato al aire libre.
Como había imaginado, el parque está vacío. Los caminos y el sotobosque, ligeramente embarrados, desprenden un delicioso olor a tierra húmeda. Se escuchas algunas aves, ajenas a la llovizna que cae a ratos.

La playa de Hendaya vista desde los acantilados

El neogótico castillo de Abbadie parece un sueño

Este parque pertenecía al astrónomo, explorador, antropólogo y lingüista Antoine d´Abbadie, que levantó en él un castillo neogótico a finales del siglo XIX. Se encargó de los planos el arquitecto Viollet-Le-Duc. No deja de ser un privilegio poder disfrutar de él. Yo lo hago con cierta regularidad en cada una de las estaciones del año.
Para esquivar el fuerte viento que viene del mar, doy un pequeño rodeo hasta los acantilados. En dos o tres puntos estratégicos me detengo a contemplar el soberbio panorama que se abre a mis pies: el gran arenal hendayés, el monte Jaizkibel, la inmensidad del océano y los dos grandes peñascos, conocidos por Las Gemelas, donde habitan las grandes gaviotas y los cormoranes.

Pastizales en la landa del parque

Las dos gemelas, refugio de gaviotas y cormoranes

El cielo y la superficie marítima forman una bella escala de grises, verdeazules y blancos. Por el otro lado los perfiles montañosos se diluyen entre la bruma y las nubes bajas. Algunas gaviotas desafían las rachas ventosas y se balancean suspendidas en el aire como en un juego de alto riesgo. Ningún barco ha osado desafiar la furia del mar.


La bahía de Noya

El peñasco que cierra la bahía de Noya

A la vuelta me cruzo con una pareja. El sendero me conduce sobre la bahía de Noya, con su playa desierta. Camino durante hora y media, con paso tranquilo. Contemplo otro rato los acantilados sobre los que pasa la carretera hacia San Juan de Luz. Doy la vuelta por el nuevo centro de interpretación y alcanzo el parking. Las extrañas ovejas con cuernos que se alimentan en estos pastos continúan impertérritas masticando y rumiando.



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