jueves, 6 de julio de 2017

Un recuerdo de mi padre


Cada día, cuando me introduzco en el mar, recuerdo a mi padre. El también practicaba esa costumbre del baño diario durante los cuatro o cinco meses que duran por aquí las temperaturas agradables. Supongo que es un hábito heredado. Yo le acompañé en bastantes ocasiones. Casi era el único momento en que estábamos juntos. Creo que según me introduzco en el agua sigo el mismo ritual que él practicaba: poco a poco, sin saltos ni aspavientos.
En ocasiones, en lugar de la playa, nos íbamos al puerto de Fuenterrabía, a una zona abrigada entre el exterior del dique y el comienzo del acantilado. Era él quien decidía, e ignoro cuál era su criterio para decantarse por uno u otro lugar. Allí no podías alejarse demasiado porque enseguida se entraba en el mar abierto, así que se trataba más bien de un chapuzón.

Recuerdo que había un pequeño grupo de incondicionales que todos los días se bañaba en el puerto. Mi padre los conocía y saludaba a todos. A mí me parecían gente muy mayor, pero ahora que lo pienso debían tener más o menos la misma edad que yo tengo ahora. Todos ellos –incluido mi padre- han desaparecido hace mucho tiempo. Esta circunstancia, como es natural, hace que me sienta un poco melancólico con estos recuerdos que me asaltan cada día cuando me baño en la mar.


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