domingo, 17 de septiembre de 2017

Por la vía verde de La Demanda desde Arlanzón


El río Arlanzón a su paso por la localidad que lleva su nombre

Voy a andar unos kilómetros por la vía verde de La Demanda, el trazado de un antiguo ferrocarril minero. Arranco desde Arlanzón, donde comienza este tramo acondicionado. Arlanzón es una localidad de unos 500 habitantes, situada a veinte kilómetros al este de Burgos. La atraviesa el río que lleva su mismo nombre. En la Edad Media fue repoblada por vascones.
Estamos en la segunda semana de julio y hace bastante calor así que procuro elegir rutas sombreadas. Esta es una de ellas. Discurre por una dehesa, entre pinares y robledales.
     
En esta ocasión he encontrado un inesperado compañero, alegre e independiente. Se llama Rufo (según me entero cuando nos despedimos) y es un podenco de color marrón con manchas blancas. No creo que tenga más de un año a juzgar por su energía. Se me ha acercado cuando me preparaba para empezar el paseo, le he hecho una caricia y se ha venido conmigo. Trota delante de mi, va y viene, como señalándome el camino, y de vez en cuando se interna en el bosque como si siguiera algún rastro para luego regresar.
Se trata de una pista de tierra muy cómoda y sin apenas desniveles. Hay un pequeño talud en algunos tramos. En él prolifera el brezo de color malva. Se ven muchas mariposas y se escuchan abundantes piadas. De vez en cuando aparece una pequeña zona de descanso, con una mesa y un banco, ambos de madera.
  
Huertas en Arlanzón a primera hora de la mañana

La vía acondicionada se prolonga durante 54 kilómetros, hasta Monterrubio, pero yo sólo voy a andar media docena y luego regresaré por alguno de los viejos caminos que abundan por aquí. En concreto el que pasa por las ruinas del antiguo monasterio de Foncea.
Me adelantan un par de ciclistas y luego escucho unas esquilas que se aproximan. Enseguida aparecen tres vacas pardas al final del camino. Rufo las ve y se retira discretamente. Yo opto por echarme a un lado y taparme discretamente detrás de un árbol. Pasan las dos primeras pero la tercera se retira en la espesura y espera a que pase yo.
Al llegar a una bifurcación abandono la vía y giro a la izquierda. Me adentro en un viejo camino, flanqueado por robles de grandes dimensiones. En unos metros alcanzo las ruinas del antiguo monasterio de Foncea. Sólo quedan tres pilares y una cruz, además de un panel informativo que está descolorido y resulta ilegible.
    

Me gusta visitar los lugares donde hubo monasterios. Suelen ser sitios apartados y rodeados de una naturaleza esplendorosa. Un riachuelo casi seco circula junto a las ruinas. No hay demasiado que ver, salvo la espesura verde alrededor.
La abadía-monasterio de Foncea fue fundada en el siglo X durante el comienzo del Condado de Castilla y empezó su decadencia a partir del Concilio de Trento.
     
Paraje donde estuvo la abadía de Foncea

En el camino que me devuelve a Arlanzón hay muy viejos robles trasmochos. Se trata probablemente del camino que conectaba el monasterio con el pueblo, desde mucho antes de que existiera la vía del ferrocarril.
 
Cuando llegamos a Arlanzón unos niños reconocen al perro y le acarician. Lo dejo en el lugar donde nos encontramos. Me despido agradeciéndole la compañía y deseándole suerte. Me temo que a su dueño no le habrá hecho gracia su desaparición.

  Viejos robles desmochados   
De vuelta a Burgos encuentro un atasco monumental, que me retiene durante veinte minutos. Están asfaltando uno de los carriles y la descoordinación de los encargados del tráfico es portentosa.




















No hay comentarios:

Publicar un comentario