sábado, 11 de febrero de 2023

Tarde capitalina en provincias



En el último momento voy a consultar los libros que me han prestado en la biblioteca KM. Descubro que han cambiado el diseño de la web y ya no tengo tiempo para rastrear mis préstamos. Con las prisas para coger el tren me olvido también del móvil. Como en el móvil guardo los libros que quiero hojear tengo que arreglarme con los ficheros de la biblioteca. Pero no me arreglo: imposible dar con la tecla que ofrece la versión en castellano. Lo consulto con una de las bibliotecarias y me informa que, con el nuevo diseño, han olvidado introducir la opción de castellano. Ahí lo dejo, hasta que subsanen el despiste, y me voy a la hemeroteca, donde me entretengo un buen rato con la exquisita revista literaria Litoral que, en esta ocasión, está dedicada a las aves. Me deleito un buen rato con las exquisitas imágenes, el diseño no menos cuidado y, por descontado, los poemas. A continuación husmeo en las estanterías, horrorizado con la perspectiva de no disponer de lectura, ni de móvil (donde también tengo lectura), para el viaje de vuelta. Doy con El espectador (Apuntes 1991-2001), de mi admirado escritor húngaro Imré Kertész. Es el último volumen de los Diarios de Kertész –de los publicados por Acantilado–, que me faltaba por leer.

Con el libro en mi macuto me encamino hacia el Kursaal para ver la exposición recién inaugurada de la pintora Soledad Sevilla. Pero antes le dedico un rato a buscar una pluma estilográfica barata de punto grueso. Hace poco adquirí una Faber-Castell de punto medio que me gusta bastante. Con ella emborrono la agenda en la que hago el borrador de este texto. Me consta que en el mismo modelo hay lo que busco, pero no lo tienen en ningún lado. En la tienda, una amable dependienta me informa sobre el tema. Ese punto grueso que busco lo trabaja la firma Montblanc, cuyos precios están muy por encima de mis posibilidades. La amable empleada me permite probar una montblanc barata (400 euros). Durante estos trámites recuerdo a mi madre y su maravillosa montblanc de punto fino. Se la había regalado su padre cuando terminó la carrera y la estuvo usando –con tinta verde– durante muchos años. Yo se la cogía, sin permiso, de vez en cuando. Estas cosas lujosas tienen su encanto, pero yo en eso soy bastante calvinista y me conformo con una pluma barata de escritura fluida. De ahí mi predilección por los puntos gruesos.

En la calle hace frío y hay poca gente, sobre todo en el interior de los comercios. Llego aterido al Kursaal, justo cuando los últimos colores del ocaso se pintan en la bahía. La exposición de Soledad Sevilla tiene algunas cosas interesantes, pero el conjunto es manifiestamente mejorable. Es la primera vez que veo obras de esta artista y, al margen del mérito benedictino que tiene el pintar con un pincelito superficies tan grandes, debo confesar que lo expuesto, a grandes rasgos, me ha dejado bastante frío. Creo que venía con demasiadas expectativas y, como suele ocurrir en casos semejantes, la exposición me ha decepcionado ligeramente. Hay demasiado blanco y negro, demasiada monotonía. Creo que la obra de Soledad Sevilla tiene mucha más alegría de la que podemos ver aquí.

Me ha gustado la muy original serie sobre la tauromaquia y también varios de los grandes formatos, en especial los más coloristas. Por el contrario, apenas han conseguido interesarme las piezas tridimensionales –posibles arquitecturas en miniatura– adheridas a la pared. Muy notable me ha parecido también la instalación titulada Nada temas, tan teresiana. Muy sencilla, fina y espiritual, aunque una pizca desconcertante. Si uno no se anima a introducirse en la oscuridad corre el riesgo de perdérsela, aunque esto, ciertamente, puede formar parte de la intencionalidad de la autora, un poco a imitación de la mística castellana.

En fin, tendría que repetir la visita para entrar en mayores detalles y percepciones. Como la exposición acaba de empezar quizá pueda hacerlo. El tren de vuelta viene repleto. Me aferro al Kertész. Qué admirable capacidad de reflexión y de introversión tiene este hombre.

*

Qué impactante la imagen del escritor Salman Rushdie tras sobrevivir al apuñalamiento del terrorista islamista y haber permanecido seis meses ingresado en un hospital. Fue en 1989, hace 33 años, cuando el ayatolá Jomeini --tan apoyado entonces por Occidente-- emitió la fatua en la que se ordenaba a todo musulmán la obligación de asesinar a Rushdie por el carácter supuestamente blasfemo de su libro Versículos satánicos. Afortunadamente no lo han conseguido. Qué coraje el de este escritor.


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