Esta
mañana, cuando paseaba con mi perrillo por la bahía de Hendaya, se nos ha
venido encima un gran pastor alemán que andaba suelto. Me he visto obligado a
coger en brazos a mi perro y he pasado no poca zozobra cuando el pastor alemán
nos seguía y mi perro se ha puesto a gruñir. Al cruzarnos con el dueño le he
dicho que debía llevar atado a su perro. Respuesta: “Si no estás a gusto aquí
vete a España.” Que esto me lo diga un español como era él tiene bemoles. En
especial si se tiene en cuenta que aquí, en Francia, la gente es bastante
cuidadosa con sus perros y, por regla general, los lleva atados.
Este hombre se me hacía conocido y, al cabo, he recordado la razón. Hace cosa
de un año, cuando yo paseaba frente a la isla de los Faisanes, en la parte
francesa, asistí a la siguiente escena. El hombre en cuestión paseaba con su
pastor alemán, que entonces era un cachorro de tres o cuatro meses, cuando
pasaron dos poligoneras francesas con sendos perros sueltos. Eran lo que se
denomina perros de presa –no recuerdo la raza- no muy grandes pero fuertes y
musculosos.
Los molosos se pusieron a jugar con el cachorro y el dueño se puso
nervioso e increpó a las propietarias de los perros, exigiendo que los ataran.
Estas, por toda respuesta, se mofaron de él. Recuerdo que yo, que pasaba por
allí, me solidaricé con el hombre y así se lo comenté.
Hete
aquí que ahora el dueño del pastor alemán también lo lleva suelto a todas
partes y, ante mi queja, contesta con grosería y prepotencia. A mí esta actitud me parece muy española.
Muchos españoles, demasiados españoles, no quieren entender que la libertad
propia termina donde empieza la ajena. Este respeto es lo primero que debería
enseñarse a los niños en el colegio. Y hasta que no se consiga meterle esta
idea en la cabeza a los españoles en España habrá poco que hacer desde el punto
de vista de la libertad y la convivencia.
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