Todas las mañanas, haga calor o frío, llueva o nieve, en compañía de su mujer y de
una perra vieja y renqueante, el hombre hace su paseo, siempre la misma ruta, con
una o dos bolsas de plástico llenas de pan desmigado. En una serie de lugares estratégicos y recogidos se detiene, esparce un puñado de
migas por el suelo y continúa su marcha. Algunos gorriones le esperan en los
hitos de su itinerario; otros revolotean en torno a su figura cuando le ven
venir. Cuando se aleja, ya hay un puñado de aves atacando su desayuno entre gorgeos, piadas y revuelos. Cada día del año este hombre le hace la vida más fácil a un buen puñado de gorriones, mirlos, tórtolas y otras aves. Bravo por él.
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