Va por delante que, en mi opinión, Peter Handke
es un escritor más que notable, que yo aprecio y del que he leído libros
fascinantes, como Ayer en camino, Historias del lápiz, El peso del mundo o El año que pasé en la bahía de nadie. De estos cuatro títulos los
tres primeros se corresponden con libros de escritura breve, notas, apuntes o,
si se quiere “aforismos”.
Ahora voy a ceñirme al libro suyo que tengo
entre manos, titulado La pérdida de la imagen o Por la sierra de Gredos,
publicado en el año 2002 y de 562 apretadas páginas. Por el momento he llegado
a la página 212 aunque, durante las cincuenta últimas, me he saltado los párrafos
que me han parecido oportunos.
Lo que sigue ha sido escrito en un momento de
desaliento lector, de cabreo sin duda. No es justo, ni pretende serlo. Es un
texto del momento que me permito transcribir tal cual:
A Peter Handke no le importa escribir un pestiño
de 600 páginas en letra pequeña. El lector no le interesa. Sólo le importa él y
su juego narcisista con la escritura. El es un sádico y el lector, si quiere
serlo, es su masoquista. ¿Dónde está el problema? No hay problema alguno
siempre que las relaciones sean consentidas.
Esta escritura es un ejercicio de nihilismo
absoluto, no lleva a ninguna parte, sólo es un camino que se caracteriza, principalmente,
por ser muy aburrido. Pese a su apariencia coherente se trata de un texto
caprichoso, incoherente, que se permite todos los atentados posibles contra la
lógica (a la que PH desprecia), parapetado tras expresiones vacías de
significado, muletillas (…), que sirven como elementos de ensamblaje.
Es una escritura absurda, cuya finalidad es el
absurdo o, tal vez, la burla, el engaño, la mofa, el descaro. Palabras,
palabras, palabras. Palabras hasta la náusea. De vez en cuando, entre la
hojarasca de palabras, aparece algo sutil, brillante, genial incluso.
Decir también que las palabras siempre son
comunes. No hay el menor indicio de pedantería. Sólo hay una narratividad en
marcha, una minuciosidad narrativa tan descomunal que cualquier coherencia
resulta impracticable, esporádica,y aleatoria.
Quiero creer que el señor Handke será el primer
sorprendido por el “éxito” de su obra, confeccionada de espaldas al lector. Me
cuesta creer que no ya el lector común, sino incluso el lector cualificado
encuentre placer alguno en esta obra, salvo que, en efecto, hablemos del placer
masoquista de enfrentarse a un texto tan dilatado como plúmbeo del que no se
sabe bien ni a dónde lleva ni qué objetivo tiene, si es que lo tiene.
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