lunes, 9 de junio de 2014

Peter Handke, cal y arena

Va por delante que, en mi opinión, Peter Handke es un escritor más que notable, que yo aprecio y del que he leído libros fascinantes, como Ayer en camino, Historias del lápiz, El peso del mundo o El año que pasé en la bahía de nadie. De estos cuatro títulos los tres primeros se corresponden con libros de escritura breve, notas, apuntes o, si se quiere “aforismos”.
Ahora voy a ceñirme al libro suyo que tengo entre manos, titulado La pérdida de la imagen o Por la sierra de Gredos, publicado en el año 2002 y de 562 apretadas páginas. Por el momento he llegado a la página 212 aunque, durante las cincuenta últimas, me he saltado los párrafos que me han parecido oportunos.
Lo que sigue ha sido escrito en un momento de desaliento lector, de cabreo sin duda. No es justo, ni pretende serlo. Es un texto del momento que me permito transcribir tal cual:
A Peter Handke no le importa escribir un pestiño de 600 páginas en letra pequeña. El lector no le interesa. Sólo le importa él y su juego narcisista con la escritura. El es un sádico y el lector, si quiere serlo, es su masoquista. ¿Dónde está el problema? No hay problema alguno siempre que las relaciones sean consentidas.
Esta escritura es un ejercicio de nihilismo absoluto, no lleva a ninguna parte, sólo es un camino que se caracteriza, principalmente, por ser muy aburrido. Pese a su apariencia coherente se trata de un texto caprichoso, incoherente, que se permite todos los atentados posibles contra la lógica (a la que PH desprecia), parapetado tras expresiones vacías de significado, muletillas (…), que sirven como elementos de ensamblaje.
Es una escritura absurda, cuya finalidad es el absurdo o, tal vez, la burla, el engaño, la mofa, el descaro. Palabras, palabras, palabras. Palabras hasta la náusea. De vez en cuando, entre la hojarasca de palabras, aparece algo sutil, brillante, genial incluso.
Decir también que las palabras siempre son comunes. No hay el menor indicio de pedantería. Sólo hay una narratividad en marcha, una minuciosidad narrativa tan descomunal que cualquier coherencia resulta impracticable, esporádica,y aleatoria.
Quiero creer que el señor Handke será el primer sorprendido por el “éxito” de su obra, confeccionada de espaldas al lector. Me cuesta creer que no ya el lector común, sino incluso el lector cualificado encuentre placer alguno en esta obra, salvo que, en efecto, hablemos del placer masoquista de enfrentarse a un texto tan dilatado como plúmbeo del que no se sabe bien ni a dónde lleva ni qué objetivo tiene, si es que lo tiene.






















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