domingo, 8 de junio de 2014

En la cima del Bianditz, envidiando a un buitre

Una espléndida mañana primaveral. Estoy en la cima del Bianditz, comiendo algo sentado en una roca, y un buitre se aproxima sobrevolando mi cabeza. No puedo dejar de admirarlo. Me inspecciona y se deja ir planeando hacia el sur. En un minuto, sin apenas mover las alas, ya lo he perdido de vista. Es el puto amo, pienso, ahora que no me oye nadie. No hay libertad equiparable a la de este animal que vuela majestuoso.
He venido desde el Aguiña y me he detenido en el Monumento al Padre Donostia, un musicólogo que recuperó un gran repertorio de música vasca. No visitaba este lugar emblemático desde hace más de una década. Se trata de un pequeño y recogido llano, situado en lo alto y delimitado por un bosquete de alerces, con soberbias vistas sobre la Peña de Aya y el monte Larrún.
Está enclavado en una amplia estación megalítico, compuesta sobre todo por cromlechs y también por túmulos, dólmenes y algún menhir. Todos ellos proceden de la Edad del Hierro con una antigüedad de unos 800 años antes de Cristo.
La escultura-estela de Oteiza, levantada con cemento, al igual que la ermita, se encuentra bastante deteriorada. La ermita, que recuerda la condición de fraile franciscano del Padre  Donostia, obra del arquitecto Luis Vallet, es una delicia de sencillez. La forma oval alberga un pequeño altar. Desde atrás se filtra luz a través de pequeños vidrios azulados. Un cruz remata la edificación.
El camino pasa sobre el pequeño embalse de Domiko, rodeado de una espesa vegetación, que durante décadas abasteció de agua a Irún y a Fuenterrabía, hasta que, en vista de su escasa capacidad, que provocaba restricciones de agua en las dos localidades durante los veranos, fue sustituido por el embalse de Endara, situado en las proximidades y de un tamaño muy superior.
Casi todo el trayecto discurre por bosques de alerces y alisedas. En la espesura pastan las pottokas. Algunas están criando aún a sus potrillos. La sombra resulta agradable porque el calor aprieta.
Tan sólo en el último tramo merma el arbolado. Es una zona rocosa, donde también pastan los caballos. Aquí el calor se compensa con el viento, que además de refrescar emite un murmullo constante. La cima está desierta y rodeada de montañas. La panorámica es soberbia, tanto sobre los Pirineos como sobre el mar y la costa. Apenas unas nubecillas alteran el azul del cielo.


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