martes, 17 de junio de 2014

Belleza y enigma en el cañón del Río Lobos




El río Lobos, que nace en la localidad burgalesa de Hontoria del Pinar, ha sido capaz de excavar este cañón, de más de  veinte kilómetros de longitud, y, sin embargo, a finales de mayo, no transporta una gota de agua. Se trata de un río que sólo recibe aportes de lluvia y nieve. De ahí que la mayor parte del año su cauce esté seco.
Este ha sido un paseo un poco improvisado pero que hemos disfrutado mucho porque el lugar es una maravilla. Cogemos el sendero que cruza el cañón en el puente de los Siete Ojos, en mitad de la carretera que conecta San Leonardo con Santa María de Hoyos y que atraviesa el parque por su mitad. El parque se distribuye entre las provincias de Burgos y Soria.

Se trata de un recorrido llano que serpentea a lo largo de ocho kilómetros, hasta la ermita templaria de San Bartolomé, entre espectaculares paredones rocosos, perforados por cuevas y cavidades. Dicen que en las cuevas vivieron eremitas y otros despreciadores del mundo. Ahora en las cavidades anidan buitres, que son los amos de estas alturas, donde se les puede ver apostados en las cornisas oteando el panorama.
El trazado es de una amenidad cinematográfica. En su parte central, contiene un tramo especialmente protegido que constituye el corazón ecológico de este lugar. A lo largo del camino vemos agrupaciones de encinas, sabinas, robles, pinos, sauces y chopos.
Uno de los tramos acondicionados, a la izquierda
A falta de agua en el río hay una proliferación de aguas embalsadas a modo de estanques y charcas donde se escucha el alborotado croar de los batracios. En su mayor parte están cubiertos de nenúfares. Los lirios de agua ponen delicadas notas amarillas entre los verdes.
Como el camino es fácil, está bien señalizado y algunos tramos están acondicionados con pasarelas de madera,  el caminante sólo tiene que ocuparse en mover las piernas y en contemplar la belleza que le rodea.

Tres o cuatro kilómetros antes de llegar a la ermita nos cruzamos con un gran rebaño de ovejas, conducido por media docena de mastines que se ocupaban de regular el tráfico y que nos mantuvieron echados a un lado contemplando el espectáculo, tan visual como sonoro. Los corderos se comunican con sus progenitoras mediante balidos y lo hacen de forma permanente y efusiva. Diez minutos emplearon en el desfile, que cierra un pastor cachazudo y tripón. Este nos cuenta que lleva 500 cabezas en el grupo y que los mastines, acostumbrados a la gente según él, mantienen alejados a los lobos.
El colmenar de los frailes, al que se accedía mediante una escalera
En el último tramo, a diez o quince metros de altura, pueden verse las colmenas que criaban los frailes del monasterio vecino. Un puentecillo, finalmente, te deja en la campa donde se alza la ermita, el único resto del antiguo cenobio.
La ermita de San Bartolomé es de transición entre el románico y el gótico. Su condición de ermita templaria y la simbología de esta orden que la adorna, en especial, los canecillos de la puerta principal, han producido una abundante literatura. También el hecho de que su ubicación sea equidistante entre el cabo de Creus, al este,  y el de Finisterre, al oeste.

A la vuelta volvemos a topar con el rebaño pero, como estaba paciendo desperdigado, los mastines nos dejan el paso libre. Dos de ellos descansaban del oficio y del calor a la sombra de un árbol.
Proliferan los nenúfares y los lirios de agua
En la localidad de Usero, distante cuatro o cinco kilómetros, se alzan las ruinas del castillo templario que se relacionaba con el monasterio y que tiene su historia, como es de rigor. Suele datarse en el siglo XII y está construido sobre un castro celta. La presencia de los templarios está documentada del principios del XII.



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