El río Lobos, que nace en la localidad burgalesa
de Hontoria del Pinar, ha sido capaz de excavar este cañón, de más de veinte kilómetros de longitud, y, sin embargo,
a finales de mayo, no transporta una gota de agua. Se trata de un río que sólo
recibe aportes de lluvia y nieve. De ahí que la mayor parte del año su cauce
esté seco.
Este ha sido un paseo un poco improvisado pero
que hemos disfrutado mucho porque el lugar es una maravilla. Cogemos el sendero
que cruza el cañón en el puente de los Siete Ojos, en mitad de la carretera que
conecta San Leonardo con Santa María de Hoyos y que atraviesa el parque por su
mitad. El parque se distribuye entre las provincias de Burgos y Soria.
Se trata de un recorrido llano que serpentea a
lo largo de ocho kilómetros, hasta la ermita templaria de San Bartolomé, entre
espectaculares paredones rocosos, perforados por cuevas y cavidades. Dicen que
en las cuevas vivieron eremitas y otros despreciadores del mundo. Ahora en las
cavidades anidan buitres, que son los amos de estas alturas, donde se les puede
ver apostados en las cornisas oteando el panorama.
El trazado es de una amenidad cinematográfica. En
su parte central, contiene un tramo especialmente protegido que constituye el
corazón ecológico de este lugar. A lo largo del camino vemos agrupaciones de
encinas, sabinas, robles, pinos, sauces y chopos.
Uno de los tramos acondicionados, a la izquierda
A falta de agua en el río hay una proliferación
de aguas embalsadas a modo de estanques y charcas donde se escucha el
alborotado croar de los batracios. En su mayor parte están cubiertos de nenúfares.
Los lirios de agua ponen delicadas notas amarillas entre los verdes.
Como el camino es fácil, está bien señalizado y
algunos tramos están acondicionados con pasarelas de madera, el caminante sólo tiene que ocuparse en mover
las piernas y en contemplar la belleza que le rodea.
Tres o cuatro kilómetros antes de llegar a la
ermita nos cruzamos con un gran rebaño de ovejas, conducido por media docena de
mastines que se ocupaban de regular el tráfico y que nos mantuvieron echados a
un lado contemplando el espectáculo, tan visual como sonoro. Los corderos se
comunican con sus progenitoras mediante balidos y lo hacen de forma permanente
y efusiva. Diez minutos emplearon en el desfile, que cierra un pastor cachazudo
y tripón. Este nos cuenta que lleva 500 cabezas en el grupo y que los mastines,
acostumbrados a la gente según él, mantienen alejados a los lobos.
El colmenar de los frailes, al que se accedía mediante una escalera
En el último tramo, a diez o quince metros de
altura, pueden verse las colmenas que criaban los frailes del monasterio
vecino. Un puentecillo, finalmente, te deja en la campa donde se alza la
ermita, el único resto del antiguo cenobio.
La ermita de San Bartolomé es de transición
entre el románico y el gótico. Su condición de ermita templaria y la simbología
de esta orden que la adorna, en especial, los canecillos de la puerta
principal, han producido una abundante literatura. También el hecho de que su
ubicación sea equidistante entre el cabo de Creus, al este, y el de Finisterre, al oeste.
A la vuelta volvemos a topar con el rebaño pero,
como estaba paciendo desperdigado, los mastines nos dejan el paso libre. Dos de
ellos descansaban del oficio y del calor a la sombra de un árbol.
Proliferan los nenúfares y los lirios de agua
En la localidad de Usero, distante cuatro o
cinco kilómetros, se alzan las ruinas del castillo templario que se relacionaba
con el monasterio y que tiene su historia, como es de rigor. Suele datarse en
el siglo XII y está construido sobre un castro celta. La presencia de los
templarios está documentada del principios del XII.
No hay comentarios:
Publicar un comentario