domingo, 6 de marzo de 2016

Depresión artística con lluvia y frío


El Grupo Gaur, a seis euros la visita. Nivel europeo 

Llueve mucho y hace frío, una mañana de sábado muy desapacible. Pese a ello me acerco a San Sebastián en el tren. Tengo que devolver unos libros y aprovecharé para visitar alguna exposición.

Procedo con los libros, devuelvo los prestados y me llevo Diario del anciano averiado, la última entrega de los diarios de Salvador Paniker. Antes de dirigirme al Museo de San Telmo para ver la exposición del Grupo Gaur desciendo al piso inferior y me meto en la exposición anual de artistas noveles de Guipúzcoa, organizada por la Diputación Foral y de ya larga tradición.

No me quiero ensañar, y menos con los jóvenes, así que voy a hablar en general. Yo no soy un experto en arte, ni un crítico. Yo sólo soy un aficionado. Llamo arte a la pintura, la escultura, la fotografía, el video, el cine, la cerámica, la orfebrería, la tipografía, el diseño, etcétera.

Llevo unos cuántos años siguiendo tanto el certamen de artistas noveles como, en general, la programación expositiva del centro cultural Koldo Mitxelena de San Sebastián. Lamentablemente, cada vez me gusta menos lo que veo. Sin duda, al menos en buena parte, debo buscar la causa de esa desafección en mí mismo. Supongo que con el transcurso del tiempo el gusto, como todo lo demás, tiende a anquilosarse. Pero no creo que el problema sea sólo mío.

Creo que tanto los artistas, como los llamados comisarios, los programadores culturales, los críticos y los políticos que gestionan el dinero público, son también responsables de que el actual panorama artístico –lo que en sentido amplio se llama arte contemporáneo- sea un páramo arrasado y con escaso sentido.

No voy a caer en el tópico de decir que el talento artístico está en vías de extinción, porque si uno se pone a buscar puede encontrar en internet y en algunas pocas salas gente de mucho talento.

La impresión que yo tengo es que los artistas se están dejando llevar por las consignas que marcan los comisarios, programadores y el resto de la nomenclatura artística y que todos estos se guían a su vez por criterios que nada tienen que ver con el arte, sino más bien con el mercado, la intencionalidad ideológica, la manipulación interesada de los gustos, la decadencia intelectual del sistema, los intereses asociados a la industria de las nuevas tecnologías o la cretinización colectiva, vaya usted a saber.

La sensibilidad, la emoción, el talento creador están desapareciendo de las salas de exposiciones y no parece que esta situación tenga vuelta atrás. Aquí no hay más que instalaciones, es decir, la exhibición impúdica de una serie de objetos, colocados de forma azarosa y, pese a las buenas intenciones del artista, sin sentido alguno. Parece como si la única finalidad de esas instalaciones fuera –además de una supuesta denuncia más o menos social que en realidad no denuncia nada- fuera, digo, llamar la atención.

Y, en efecto, llaman la atención, pero sólo por uno o dos segundos. Luego la atención, invadida por el hastío, se dirige hacia la siguiente instalación, donde el proceso se reinicia y el tedio continúa creciendo hasta desembocar en la pura depresión, una depresión que sólo se alivia saliendo a tomar el aire y dejando que la vida de la calle y de la naturaleza nos cure de tanto despropósito.

Por si esta depauperación artística fuera poco está también el asunto de la retórica infumable en la que se envuelven todos estos montajes, tanto por parte de los propios artistas como del resto de los profesionales. A la vacua retórica plástica se une el material de desecho literario que la acompaña materializado en una malversación lamentable de folletos, papel, tinta y recursos públicos. Y todo esto al servicio de la nada más absoluta y tediosa.

Pero hoy estoy dispuesto a retroceder medio siglo en el tiempo y darle un vistazo a la exposición sobre el Grupo Gaur que han montado con motivo de la Capitalidad Cultural Europea. Llego hasta el Museo de San Telmo. La entrada cuesta seis euros, y con ella puedo ver también el resto del museo. Pues miren, va a ser que no.


Afuera arrecia la lluvia. Si me apresuro aún llego al tren de vuelta. Durante el viaje me consuelo leyendo a Paniker.

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