El victimismo me repele en general pero el victimismo
en política me da asco. En la sesión de investidura, que en realidad no fue una
sesión de investidura sino un plató televisivo para el lucimiento de nuestro
elenco de actores políticos, el presidente del Gobierno en funciones pronunció un
discurso plagado de ironía y sarcasmo. En mi opinión con toda legitimidad en
vista de las circunstancias. Pues bien, la reacción del candidato socialista –que
semanas atrás no tuvo el menor inconveniente en insultar a su rival en pleno
debate televisivo- fue la de salir a quejarse porque consideraba que su partido
había sido insultado. Es falso. No hubo insultos. Hubo ironía y sarcasmo, pero
no insultos.
Si en un Parlamento democrático no puede utilizarse la ironía y el
sarcasmo apaga y vámonos. Volvamos entonces a las asambleas de paraninfo y de
barrio donde el grupito de ayatolas políticos y matoncillos variopintos impone
su ley. Habla muy alto sobre el nivel intelectual de una persona su incapacidad
para diferenciar la ironía del insulto. Pero todavía habla más alto el que se
utilice semejante incompetencia semántica para acogerse al lamentable y populachero
recurso del victimismo.
Acabo de leer que el líder de Podemos ha denunciado
que, en su opinión, el PSOE “ha amenazado a los alcaldes del cambio”, es decir,
a sus alcaldes, los de Podemos. Más
victimismo. No hay amenaza alguna. Lo que hay es un pacto político que, como
tal, puede ser cambiado cuando lo estime alguna de las partes. Son las reglas
del juego. Nada más. Si el PSOE ha permitido que importantes ciudades españolas
sean gobernadas por Podemos, nada más natural que haga valer este pacto para
solicitar su apoyo en las actuales circunstancias.
Cuando haces un escrache (lo que siempre se ha llamado
acoso y coacción) resulta que estás ejerciendo un derecho. Cuando el escrache
te lo hacen a ti es fascismo. Cuando ironizas sobre alguien estás ejerciendo tu
libertad de expresión. Cuando las ironías caen sobre ti dices que te insultan.
Las reglas del juego hay que respetarlas. De lo contrario no hay posibilidad alguna de convivencia.
Las reglas del juego hay que respetarlas. De lo contrario no hay posibilidad alguna de convivencia.
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