El Grupo Gaur, a seis euros la visita. Nivel europeo
Llueve mucho y hace frío, una mañana de sábado muy
desapacible. Pese a ello me acerco a San Sebastián en el tren. Tengo que
devolver unos libros y aprovecharé para visitar alguna exposición.
Procedo con los libros, devuelvo los prestados y me
llevo Diario del anciano averiado, la
última entrega de los diarios de Salvador Paniker. Antes de dirigirme al Museo
de San Telmo para ver la exposición del Grupo Gaur desciendo al piso inferior y
me meto en la exposición anual de artistas noveles de Guipúzcoa, organizada por
la Diputación Foral y de ya larga tradición.
No me quiero ensañar, y menos con los jóvenes, así
que voy a hablar en general. Yo no soy un experto en arte, ni un crítico. Yo sólo
soy un aficionado. Llamo arte a la pintura, la escultura, la fotografía, el
video, el cine, la cerámica, la orfebrería, la tipografía, el diseño, etcétera.
Llevo unos cuántos años siguiendo tanto el certamen
de artistas noveles como, en general, la programación expositiva del centro
cultural Koldo Mitxelena de San Sebastián. Lamentablemente, cada vez me gusta
menos lo que veo. Sin duda, al menos en buena parte, debo buscar la causa de
esa desafección en mí mismo. Supongo que con el transcurso del tiempo el gusto,
como todo lo demás, tiende a anquilosarse. Pero no creo que el problema sea
sólo mío.
Creo que tanto los artistas, como los llamados
comisarios, los programadores culturales, los críticos y los políticos que
gestionan el dinero público, son también responsables de que el actual panorama
artístico –lo que en sentido amplio se llama arte contemporáneo- sea un páramo
arrasado y con escaso sentido.
No voy a caer en el tópico de decir que el talento
artístico está en vías de extinción, porque si uno se pone a buscar puede
encontrar en internet y en algunas pocas salas gente de mucho talento.
La impresión que yo tengo es que los artistas se
están dejando llevar por las consignas que marcan los comisarios, programadores
y el resto de la nomenclatura artística y que todos estos se guían a su vez por
criterios que nada tienen que ver con el arte, sino más bien con el mercado, la
intencionalidad ideológica, la manipulación interesada de los gustos, la
decadencia intelectual del sistema, los intereses asociados a la industria de
las nuevas tecnologías o la cretinización colectiva, vaya usted a saber.
La sensibilidad, la emoción, el talento creador están
desapareciendo de las salas de exposiciones y no parece que esta situación
tenga vuelta atrás. Aquí no hay más que instalaciones,
es decir, la exhibición impúdica de una serie de objetos, colocados de forma
azarosa y, pese a las buenas intenciones del artista, sin sentido alguno. Parece
como si la única finalidad de esas instalaciones
fuera –además de una supuesta denuncia más o menos social que en realidad no
denuncia nada- fuera, digo, llamar la atención.
Y, en efecto, llaman la atención, pero sólo por uno o
dos segundos. Luego la atención, invadida por el hastío, se dirige hacia la
siguiente instalación, donde el
proceso se reinicia y el tedio continúa creciendo hasta desembocar en la pura
depresión, una depresión que sólo se alivia saliendo a tomar el aire y dejando
que la vida de la calle y de la naturaleza nos cure de tanto despropósito.
Por si esta depauperación artística fuera poco está
también el asunto de la retórica infumable en la que se envuelven todos estos
montajes, tanto por parte de los propios artistas como del resto de los profesionales. A la vacua retórica
plástica se une el material de desecho literario que la acompaña materializado
en una malversación lamentable de folletos, papel, tinta y recursos públicos. Y
todo esto al servicio de la nada más absoluta y tediosa.
Pero hoy estoy dispuesto a retroceder medio siglo en
el tiempo y darle un vistazo a la exposición sobre el Grupo Gaur que han
montado con motivo de la Capitalidad Cultural Europea. Llego hasta el Museo de San
Telmo. La entrada cuesta seis euros, y con ella puedo ver también el resto del
museo. Pues miren, va a ser que no.
Afuera arrecia la lluvia. Si me apresuro aún llego al
tren de vuelta. Durante el viaje me consuelo leyendo a Paniker.
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