lunes, 15 de junio de 2020

Ananías y Safira, primeras víctimas del comunismo


Contra la opinión generalizada, el comunismo no lo inventó Carlos Marx, sino que ya aparece en los Hechos de los Apóstoles, es decir, en el primer grupo de cristianos. 

“Todos los creyentes vivían unidos --podemos leer en Hechos 2,44-- y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno.”

Un poco más adelante --Hechos 4,32-- se insiste en lo mismo: “No había entre ellos necesitados. Las casas y haciendas se vendían y el precio se entregaba a los apóstoles, que eran los encargados de la distribución, siempre “según las necesidades.”

Pero, como es natural --pues siempre ha habido partidarios de la propiedad privada--, pronto aparecieron los infractores. Un tal Ananías, y su mujer Safira, vendieron su finca y se quedaron con una parte del precio en lugar de dársela a los apóstoles. Enterado de ello, el jefe Pedro, le recriminó a Ananías el “haber engañado al Espírito Santo”, nada menos. Para, acto seguido, profundizar en la condena: “No has engañado a los hombres sino a Dios”. En clara contradicción con la sentencia de Jesús de “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”

Ananías no pudo resistirlo, cayó muerto y se lo llevaron. Tres horas más tarde entró Safira, su mujer, y Pedro, en lugar de consolarla por la muerte de su esposo, la somete a un interrogatorio sobre el fraude perpetrado y le lanza su anatema. “En el acto ella cayó a sus pies y expiró”.

Como es natural, estos hechos --consluye el autor-- “produjeron un gran temor en toda la Iglesia y en todos los que lo oyeron contar.”

Lenin no inventó nada.

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