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sábado, 24 de mayo de 2025

El horror


El periódico digital El Debate se pregunta si es un error exponer al público los restos mortales de santa Teresa de Jesús, como se está haciendo estos días en una iglesia de Alba de Tormes. Obviamente no es un error, pues ha sido algo premeditado. Es más bien ¡un horror! Estoy tentado de decir que me resulta incomprensible que se haya llegado a esto pero, cuando se ha perdido el norte, cuando todo vale para promocionar lo tuyo, como parece el caso, cualquier cosa es posible.

Os ahorro las siniestras y horripilantes imágenes de sus despojos. Este retrato, del que es autor fray Juan de la Miseria, es el único que se le hizo en vida. A la santa no le gustó demasiado, pero yo la veo atractiva.

miércoles, 29 de mayo de 2024

El castillo de diamante


No conozco en profundidad la literatura española contemporánea, pero dudo de que haya alguna prosa que llegue a la altura de la que practica Juan Manuel de Prada. Tiene tanta calidad que no parece de hoy, sino de tiempos pasados. A mi me gusta, aunque me cansa. También es verdad que soy un mal lector de novela. Hace ya tiempo que la novela me interesa poco. Ya tengo una edad y la novela es más bien un asunto de juventud o, como mucho, del comienzo de la madurez. Lo que no quita que haya algunas, pocas, novelas interesantes que deben ser leídas a cualquier edad. El castillo de diamante no es una de ellas, salvo para los interesados en la figura de Santa Teresa de Jesús, entre los que me encuentro.


De Prada escribe maravillosamente pero tiene un par de defectos que lo hacen fatigoso. Uno es la prolijidad, su tendencia a la desmesura. Sus novelas son demasiado largas y, en consecuencia, requieren mucho tiempo por delante y hoy, es sabido, el tiempo es un bien escaso. El otro es su barroquismo. El barroquismo está bien como fenómeno histórico, pero hoy es más bien pasto de eruditos.


La novela en cuestión trata sobre las relaciones entre Teresa de Jesús, carmelita que fundó 16 conventos, y la poderosa e intrigante aristócrata Ana de Mendoza, princesa de Eboli, tuerta y gran seductora. Ana estaba casada con el príncipe portugués Ruy Gómez da Silva, personaje muy influyente en la corte del rey Felipe II. De Prada las hace coincidir en Toledo, con motivo de la visita que Teresa se ve obligada a realizar a la devota aristócrata Luisa de la Cerda, con el objetivo de consolarla tras su reciente viudez. Al principio ambas mujeres. pese a sus diferencias sociales y religiosas, tienen una buena relación. Ana está muy interesada en el movimiento de los alumbrados (que pronto fue declarado herético) y encuentra que Teresa bien podía haber sido uno de ellos. En realidad lo que le gustaría a Ana es ser Teresa, disfrutar de su apasionada relación con Nuestro Señor, pero sin renunciar a ninguno de sus privilegios ni, menos aún, a su forma de vida. Parece un caso claro de envidia espiritual. Dejándose llevar por ella la de Eboli intriga para que Teresa no pueda fundar en Toledo, pero Teresa es mujer de mucho carácter y consigue llevar a buen fin la fundación de su nuevo palomarcito pese a las malas artes de la aristócrata. En vista de ellos, años más tarde, Ana se empecina en que la de Avila funde en sus dominios de Pastrana (Guadalajara) y arrastra hasta allí a la monja andariega. Esta, a regañadientes, lleva a cabo la fundación y se vuelve a La Encarnación de Avila, donde muy a su pesar ejerce de abadesa. Sin embargo la de Eboli se empeña en mangonear el convento pastranero y lo lleva a una situación incompatible con el espíritu de las carmelitas descalzas. Teresa se ve obligada a organizar una operación de rescate de sus monjas, las saca del convento y se enfrenta a la bella tuerta.


La novela, como es natural en el género, se permite algunas licencias históricas de menor importancia y refleja bien el espíritu de la época, una época en la que la religión no era asunto baladí. Quizá acierta más con el personaje de la princesa que con el de Teresa. Hay otros personajes secundarios que también están muy logrados. en especial Juan Escobedo, secretario de Felipe II, y el consorte de la princesa Ruy Gómez da Silva, un hombre bondadoso, diplomático y muy enamorado de su mujer. La obra se cierra con una noticia histórica sobre el destino de Escobedo y el de Ana de Mendoza. Con Felipe II, pocas bromas.



viernes, 28 de abril de 2023

Teresa y Sísifo

Vuelvo, como Sísifo, al ensayo de Julia Kristeva sobre Teresa de Jesús: Teresa, vida mía (Ed. Paso de Barca, 2015).

Me interesa, me irrita, me hastía, me vuelve a interesar.

640 páginas. Voy por la 393. Las 60 últimas son notas e ilustraciones. No me queda tanto.

Cuando se pone muy cargante con la jerga psicoanalítica me salto una o dos páginas. Pero sospecho que no voy a sacar demasiado en claro. En realidad no tengo demasiada fe en el psicoanálisis. Sólo tengo curiosidad.

Las contradicciones de la vida de esta mujer del siglo XVI son obvias. Una monja que desea enclaustrarse de por vida, a semejanza del aislamiento que impone a sus pupilas en los monasterios reformados que fundó, pero que se pasa media vida en los caminos, viajando de una ciudad a otra, en carretas entoldadas (para mantener la clausura), sufriendo todo tipo de incomodidades.

Una amante de la soledad que se codeó con docenas de confesores, teólogos, reformadores, místicos, obispos, escritores, aristócratas, gobernantes, inquisidores.

Una contemplativa que pasaba horas y más horas escribiendo, una mujer-pluma.

A veces me digo: no pierdas más tiempo leyendo sobre Teresa de Jesús. Mejor sigue leyéndola a ella. Pero, como buen adicto, tengo la manía de intentar agotar el tema.

De la Kristeva no había leído nada. Ha llegado a este libro como suele suceder, a través de otro libro: Teresa de Jesús, de Olvido García Valdés (Ed. Omega, 2001)

Esta cita suya: “Ah, los hombres… desde que se han convertido en el sexo débil.”

–Pero la mayoría no lo saben, Kristeva.

–Ya se irán enterando… las mujeres somos delicadas.

domingo, 29 de enero de 2023

Una aproximación fallida a Teresa de Jesús

Retrato de Teresa realizado por fray Juan de la Miseria, en 1576, en Sevilla. A la santa le gustó más bien poco. “¡Cuán fea y legañosa me habéis pintado!”

En 1931, a los 30 años de edad, Ramón J. Sender publicó esta novela, El Verbo se hizo sexo. Teresa de Jesús. Para entonces Sender, pese a su juventud, ya era un escritor conocido gracias a que había publicado varias novelas además de abundantes colaboraciones en la prensa. La novela, según parece, tuvo bastante éxito, habida cuenta que, ese mismo año, conoció una segunda edición. No es descartable que, buena parte de ese éxito proceda del propio título, entre freudiano, evangélico e irreverente. Sender, con buen criterio, no sólo no volvió a reeditarla sino que tampoco la incluyó en sus Obras Completas, que publicó Destino entre 1976 y 1981. Sin embargo, su interés por Teresa de Jesús le llevó a publicar, en 1967 sus Tres novelas teresianas, de mucho mayor interés que la obra que comento y que ahora ha sido reeditada (Editorial Contraseña), precedida por un prólogo de la escritora punk (?) Cristina Morales.

El Verbo se hizo sexo es un libro verboso, prolijo, disperso y bastante divagatorio. El estilo de Sender aún no está maduro y sufre todavía la excesiva influencia de su admirado Valle-Inclán. En esto se diferencia notablemente de las Tres novelas teresianas, que es una obra mucho más concreta, concisa y personal. Aquí, en el Verbo, tenemos pinceladas sobre la época, la familia, el entorno político y religioso, la decisiva influencia del catolicismo, la irrupción del luteranismo, la Inquisición… Pero todo lo que se refiere al caso Teresa de Jesús, su misticismo, su carácter, sus relaciones personales y místicas está presidido por la confusión, es un galimatías con excesiva tendencia a la elucubración literaria.

Hay un momento es el libro, cuando Sender apunta a un posible enamoramiento de la novicia Teresa –durante su estancia en el convento de La Encarnación– hacia la también novicia Andrea, en el que la prosa parece elevarse y el argumento podría dar un giro interesante, aunque novelesco. “Cautivaban a Teresa la gracia juvenil, la espléndida belleza y el donaire de su compañera. A veces, solo podía seguir soportando la angustia del claustro por Andrea, que le daba una categoría brillante, humana y armoniosa.” Teresa contempla a su compañera Andrea en oración y se admira de su belleza y serenidad. “Andrea alegre, sana, bella, disfrutaba de un placer desconocido en ese instante de oración.” “Recordaba que había besado en dos o tres ocasiones a Andrea, ninguna de ellas sin turbación.”

Desconozco si Andrea es un personaje inventado o aparece por algún lado en la obra literaria de Teresa. Pero desde el punto de vista novelesco es quizá el mejor momento de la novela. Sin embargo, una vez apuntado ese “enamoramiento” Andrea desaparece de la escena.

Toda la obra fundadora de Teresa puede tener su origen en esta pulsión secreta. Es claro que, por principio, todos los amores de la santa son platónicos y tan sólo en relación a su enamoramiento de Jesucristo, se produce una relación mística que se expresa en la obra literaria en términos muy próximos a lo erótico cuando no a la sexual. Tal vez un novelista podría permitirse la licencia de dar cuerpo a ese amor idealizado por Andrea, y su repercusión en la fundación de una serie de clausuras donde conviven mujeres de diferentes edades y condición social. Pero, desde luego, no es la vía seguida por Sender, pese al título que preside esta novela fallida.

En el prólogo de Cristina Morales se pretende inscribir a Teresa en un supuesto movimiento literario punk en el que la santa sería “matriz y matriarca”. Formarían parte de “esta noble tradición artística y filosófica del punk “gentes como el Arcipreste de Hita, Quevedo, Samaniego, por citar a los precursores. La lista prosigue con los cuplés, María Jiménez (la cantante), Céline, José María Fonollosa, Roberto Bolaño, etc. A mí, que generacionalmente he asistido al nacimiento de la música punk (en mi opinión excesivamente ruidosa) se me escapa, debido a mi ignorancia sin duda, qué pueda ser esto de la literatura o escritura punk. Habrá que esperar a que Cristina Morales nos ilustre al respecto.


jueves, 26 de marzo de 2020

Perros, pandemia, mascarillas y fundaciones teresianas

Nunca los perros han sido tan paseados como estos días. Ayer salí a la farmacia y los he visto por docenas, en compañía de sus propietarios. También he visto a muchas mujeres con mascarillas. No sé de dónde las habrán sacado porque el farmaceútico hendayés me ha contado que ya no tienen existencias y que, en cualquier caso, están estrictamente reservadas para los trabajadores sanitarios.

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En Francia nos han cambiado el formato del papelito para rellenar en el caso de abandonar el domicilio. Ahora hay más texto y más explicaciones que antes. Se detalla la prohibición de alejarse más de un kilómetro para hacer ejercicio físico y la obligación de no permanecer más de una hora en el exterior. A los galos les encanta esto de los papeles. Por lo menos a los que mandan.

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Es obligatorio renovar cada día el documento. Se trata de una imposición muy poco ecológica, habida cuenta, además, de que el reciclado funciona bajo mínimos. Así que ha debido incrementarse considerablemente la venta de unos bolígrafos cuya tinta puede borrarse con un dispositivo de plástico instalado en el capuchón. Aún a riesgo de parecer un mal pensado creo que estos bolígrafos son un excelente negocio, improvisado, naturalmente.

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He rescatado de mi biblioteca un libro que no había leído y que me está gustando mucho: Los vagabundos del Dharma, de Jack Kerouak. Las andanzas viajeras del protagonista resaltan ante la situación actual que vivimos. Ahora, allá donde vayas, te metas donde te metas, te vas a encontrar con la cosa. No hay escapatoria. El mundo se ha encogido monstruosamente.

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“España es un país bullanguero --suelta el escritor Félix de Azúa en un titular--: en tres días, todo olvidado, y vuelta a la zambomba.” Pues sí, será lo más probable. Yo tampoco tengo demasiada confianza de que vayan a cambiar demasiado las cosas. A ver si las cambian fuera y con un poco de suerte, y al cabo de una década o dos, nos las imponen o les imitamos, que eso sí se nos da bien.

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Otro asunto que sería muy deseable es saber por qué razón somos con Italia el país puntero en esta epidemia. Yo no acierto a comprenderlo, o tal vez prefiero no hacerlo para no deprimirme. Pero tengo alguna esperanza de que, algún día, podamos saber algo al respecto.

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Para los teresianos. Un recorrido periodístico por las diecisiete fundaciones carmelitas de Teresa de Jesús. Es casi un guión para adentrarse en su apasionante Libro de las Fundaciones, quizá la mejor obra para iniciarse en la vida y obra de esta mujer admirable, vitalista y generosa. ¡Lo que tuvo que pelear esta mujer para llevar adelante su misión!

Anochecer en la ventana


viernes, 14 de septiembre de 2018

Juan de la Cruz, el pájaro solitario




 Todo un personaje este pequeño y enjuto fraile, caminador impenitente, amante de la soledad y del desierto, exigente consigo mismo, rebelde hasta la exasperación de sus propios hermanos, amigo y estrecho colaborador de Teresa de Jesús (con quien, sin embargo, no llegó a entenderse del todo).

Huérfano de padre desde muy niño, su madre, tejedora de profesión, apenas pudo salvarlo del hambre y de la pobreza metiéndolo en un orfanato. Pasará también, gracias a su inteligencia y talento, por el colegio de los jesuitas, en Medina y por la universidad de Salamanca.

Cuando estaba a punto de meterse cartujo, que era lo que le pedía el cuerpo, fue captado por Teresa para su reforma carmelitana. Las pasó canutas por la persecución de los descalzos, que llegaron a secuestrarle y a meterle en un agujero durante seis meses en Toledo.

Consiguió escapar, refugiándose en un convento de monjas. Siempre se llevó bien con las monjas, de las que fue confesor, confidente y poeta de cabecera. Pero lo que de verdad le gustaba era la vida eremítica y el contacto con la naturaleza.

Sin embargo, por más que lo intentaba, siempre lo reclamaban sus compañeros descalzos para que participara en la vida conventual. Fue prior y confesor en Avila, Segovia, Beas, Baeza, Granada y otros lugares.

El siempre quería volver a Castilla, pero se pasó media vida en Andalucía.

Encontré este libro, junto con otros de la misma colección, nuevo, en una feria del libro, por 4 euros. Adquirí también el volumen correspondiente a Quevedo, muy grueso, pero, de momento, no me apetece demasiado. Los literatos barrocos siempre me “intimidan” un poco.

Se trata de un ensayo biográfico, de 120 páginas, de Menchu Gutierrez. Se complementa, como sabréis los que conozcáis la colección, dirigida por Nuria Amat, escritora interesante, con otras tantas páginas de textos escogidos de fray Juan.

Menchu Gutiérrez relaciona su poesía y su mística. También se interesa por las posibles influencias que su espiritualidad pudo haber recibido de la mística sufí. Cuando llega a Granada hacía poco más de diez años que habían sido expulsados los moriscos.

Podría decirse que Juan de la Cruz era una persona obstinada y de una gran rectitud moral. Para él lo más importante dentro de su orden era la regla primitiva, la que Teresa había recuperado para los descalzos, pero siempre se vio envuelto en los problemas internos de la orden, desencadenados por personajes ambiciosos de poder, como el exbanquero reconvertido en fraile, Nicolás Doria.

Cántico espiritual, Noche oscura, Llama de amor viva, Entréme donde no supe, Vivo sin vivir en mí, son algunas de las poesías que pueden leerse en la antología. Una delicia.
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En el mausoleo de San Juan de la Cruz. Una antigua entrada en el blog en la que recogía la visita que hice en 2010 (tiempo suficiente para que hayan desaparecido las fotos) al convento carmelita de Segovia. Hay algunas reflexiones que hoy se me antojan un tanto ingenuas.


domingo, 2 de septiembre de 2018

Una visita a la última fundación de Teresa de Jesús


El convento burgalés de San José y Santa Ana
Creo que empecé a interesarme por la vida y la obra de Teresa de Jesús tras la lectura de dos de sus libros: el de su vida y el de las fundaciones. Puedo decir que me “enamoré” de ella gracias a su prosa.

Así que nada extraño que, alertado por una nota del periódico local, me presentara a las 11 de la mañana en la puerta del convento de las carmelitas descalzas de Burgos, para aprovechar las visitas guiadas a una exposición que las monjas han abierto en su residencia.

La de Burgos, que tuvo lugar en 1582, fue su última fundación. De Burgos salió, ya enferma, para ir a morir, pocos meses después, a Alba de Tormes.

En el último capítulo del Libro de las Fundaciones, Teresa relata la ayuda que recibió para esta fundación de una “santa viuda”, Catalina de Tolosa, natural de Vizcaya y viuda de un rico comerciante burgalés, Sebastián Muncharaz.

Esta mujer, que le ayudó en todo momento y se ocupó de dotar de una renta al convento (evitando así que lo fuera de pobreza, lo que estaba mal visto en la época). Doña Catalina tenía dos hijas monjas en Valladolid y otras dos en Palencia. Las cuatro en el Carmelo reformado.

Teresa, ya muy achacosa y temerosa del frío burgalés, se resistía a venir, pero, en sus diálogos con "el Señor", este poco menos que le conminó a hacerlo. Vino acompañada por su amado padre Gracián, provincial de la Orden, y de ocho monjas. El viaje en carreta fue muy duro, debido a que los caminos estaban anegados por el agua. En estas condiciones Teresa agradeció mucho la compañía de Gracián y su “condición apacible, que no parece se le pega trabajo de nada.”

Aunque traía el permiso del Ayuntamiento y la conformidad verbal del Arzobispo para fundar, al llegar a la ciudad surgieron muchos problemas, sobre todo porque “su Ilustrísima” y la burocracia inherente, pusieron muchas pegas. Tantas que Gracián se tuvo que volver y el proyecto estuvo a punto de irse a pique.

Pero Teresa tenía buena comunicación con “el Señor” y este le insistía en que siguiera adelante con la fundación. “Ten fuerte”, le dijo. Y ella, con esa tenacidad que le caracterizaba, así lo hizo.

Cuando consiguió la casa, estuvo muy satisfecha por la compra, “tanto por el precio como por las huertas, las vistas y el agua.” Pero al arzobispo (de quien Teresa no cita su nombre, cosa rara en la santa que siempre menciona a sus benefactores) aún se demora en concederle la licencia para fundar.


El convento de San José y Santa Ana está situado en la orilla izquierda del Arlanzón, en la entrada de la ciudad. El guía me recibe en la puerta de la iglesia. Sin demora iniciamos la visita. Soy el único visitante. Ya casi estoy acostumbrado a ser el único visitante en cuanto me salgo de los circuitos culturales al uso.

Mi guía es un hombre aún joven, corpulento, amable y de un hablar un tanto precipitado. Le pregunto si puedo hacer fotos. Me mira compungido y me dice que no. El hombre agradece que no le insista. Algunos visitantes, en especial extranjeros, me asegura, no entienden esta prohibición y protestan. Yo si lo entiendo. Todavía queda gente, como estas monjas, que valoran su intimidad. Pero es una pena. Lo que veo es muy fotogénico.

Atravesamos la iglesia y una capilla lateral en la que las monjas celebran los oficios cotidianos. Sin demora empieza las explicaciones. Abre un armario y aparecen los objetos más preciados que pertenecieron a la Madre: una zapatilla, un trozo de velo, dos cartas manuscritas y varios pequeños relicarios. Las cartas, por lo tardías, no deben ser de su puño y letra, sino de su monja amanuense.

Nos adentramos en un claustro de aire impoluto pero con las ventanas cerradas. A lo largo de los cuatro lados las monjas han dispuesto primorosamente sus objetos más preciados, en su mayor parte procedentes de donaciones a lo largo de los siglos y, en otros, de trabajos artesanales realizados por ellas mismas.

Veo una sucesión de relicarios, vajillas, grabados, lienzos, tallas de todo tipo, figuritas, belenes, piezas de orfebrería, objetos de culto, etcétera. No hay duda de que tienen un gran valor sentimental.

Hacia la mitad del recorrido el guía me invita a asomarme a una habitación que ha sido reconstruida a semejanza de la que ocupó la santa durante su estancia de pocos meses en esta casa. La pieza es tal y como cabe imaginar, una celda de clausura con una cama, un armario, un calefactor y poco más.

Nos desviamos unos metros del claustro y accedemos a una puerta. Tras ella aparece un jardincillo que es un primor. En torno a él se ven las ventanas de las habitaciones conventuales. En un lateral hay un pozo. Arboles y flores aquí y allá. Me hubiera gustado entrar en el jardín y permanecer un rato, sentirlo, pero ello no es posible.

De nuevo en el claustro el guía continúa señalando objetos. Debajo de cada uno de ellos hay un cartelito donde está escrito lo que el guía expresa. Me da tiempo a atisbar a mano izquierda un pequeño patio ocupado por flores en tiestos. Le llaman el patio andaluz. Es otra preciosidad.

Ya a punto de concluir el guía me señala la campana que se utilizaba para mandar avisos a las monjas, mediante un código, cuando se requería su presencia. En la actualidad ya no se utiliza.

En la comunidad residen nueve monjas. Puedo ver fugazmente a una de ellas, que ha aparecido en el pasillo con una silla de ruedas. El guía se apresura a ayudarle para desplazarla. No veo su rostro. Su hábito es de color marrón con un velo negro.

Antes de salir contemplo la iglesia, donde hay algunos paneles explicativos de la vida en clausura. La iglesia, de una sola nave, es del siglo XVII. Fue diseñada por el arquitecto Francisco de Mora que en aquellos años se encontraba en la vecina Lerma trabajando en la colegiata y el palacio ducal.




viernes, 5 de marzo de 2010

En el mausoleo de San Juan de la Cruz


A los pies del casco histórico de Segovia, junto al río Eresma, se encuentra el convento de los Carmelitas Descalzos, fundado por San Juan de la Cruz. En la iglesia puede verse el mausoleo donde reposan una parte de los restos mortales del santo. Fueron instalados en este monumento a raíz de su canonización. Con anterioridad se encontraban en un modesto nicho excavado en el suelo de la iglesia. Todavía puede verse el lugar exacto.

Una placa conmemorativa nos recuerda que aquí estuvo de visita el Papa Juan Pablo II. Contemplando la tumba me viene a la cabeza la idea de que el fundador de los Descalzos se sentiría muy incómodo ante semejante grandilocuencia funeraria, una grandeur que me recuerda los sepulcros reales que pueden verse en El Escorial o, más cerca aún, en el Palacio de la Granja segoviano.

En el nuevo claustro del antiguo convento, un espacio que recibe una luz intensa y deliciosa, pese a que la mañana ha salido nublada, hay una colección de plantas que es un regalo y una talla del místico castellano en la que puede leerse esta conocida sentencia: “Donde no hay Amor, pon Amor, y sacarás Amor”.

La máxima, que constituye una síntesis perfecta del mensaje evangélico, me enfrenta, una vez más, a las raíces de la vida monástica en general y a la vida de clausura en particular. ¿Se puede amar al mundo y, en consecuencia, a los seres humanos, desde el aislamiento y la distancia insalvables de una celda eremítica o conventual? ¿Se puede repudiar al mundo sin hacerlo a la vez con los hombres? ¿Uno se retira del mundo por amor?

Justo detrás de la efigie, cuelga de la pared una fotografía de Santa Teresita del Niño Jesús (o de Lisieux) en la que puede leerse: “La verdadera caridad consiste en soportar todos los defectos del prójimo, en no extrañar sus debilidades, en edificarse con sus menores virtudes”.

Las citas, con toda su innegable hermosura, refuerzan mi vieja convicción de que el cristianismo es una utopía y de que todas las utopías, no sólo son inhumanas sino que constituyen un peligro para la libertad y la dignidad de las personas. Pedir amor, al menos en abstracto, es pedir demasiado. Bastaría con predicar el respeto.

Cuando se exige mucho se cumple poco, porque, a fin de cuentas, parafraseando a R. Carver, ¿de qué hablamos cuando hablamos del amor?


jueves, 15 de octubre de 2009

Nada te turbe



(A Teresa)

Nada te turbe,
nada te espante;
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Sólo Dios basta.

Teresa de Jesús

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jueves, 22 de noviembre de 2007

Teresiana




Monasterio de La Encarnación (Avila)


Papelitos,
caligrafías,
bordados...
¡Cuidado
con el polvo!

2.11.07


martes, 6 de noviembre de 2007

Francisco de Mora, arquitectura carmelitana



Monasterio de San José, Avila

“Los lectores de santa Teresa saben la importancia que tuvo este pequeño oasis de San José en la vida de la santa, en sus reformas religiosas y en la elaboración misma de su pensamiento místico. Todo ello se respira aún viendo los muros y adivinando el despojado recogimiento de la clausura, tras de los tapiales.

El arquitecto Francisco de Mora –el herreriano- quiso engrandecer el recuerdo, tan reciente aún, de la santa de su devoción y se pudo manos a la obra por su propia cuenta y mendigando ayudas y limosnas para llevarla a puerto.

El templo crea el modelo carmelita, clasicista, que se repetirá durante todo el siglo XVII y todo el XVIII en las construcciones de la Orden: un pórtico de tres arcos abajo, la hornacina de San José bajo frontón triangular con remate de bolas en el cuerpo medio y el mismo frontón ampliado y rematado por una cruz en la parte superior.”

Dionisio Ridruejo, Castilla la Vieja; Avila.

1.11.07