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viernes, 29 de septiembre de 2023

Piérnigas y su ermita de San Martín


De nuevo en el campo burgalés: un corto paseo por la Bureba, entre Piérnigas y su ermita de San Martín. Espléndidas vistas sobre la comarca, la Mesa de Oña cierra el paisaje.



Un camino bien acondicionado que discurre entre campos de girasol y árboles frutales, con higueras, nogales y castaños diseminados. El aire es muy fino, el sol calienta sin perturbar. Se anuncia un otoño delicioso.

En San Martín comienza una corta vía verde que, en cinco kilómetros, conduce hasta el santuario de Santa Casilda.




La ermita, situada en una hondonada, es de finales del siglo XII, románico tardío. Tiene un origen incierto. Unos dicen que se trataría de la iglesia de un desaparecido monasterio; otros que pertenecería a un barrio también desaparecido.

En cualquier caso, es asombrosa: arquitectura pura. La ausencia de cualquier elemento decorativo le confiere un carácter único entre el abundante y notable románico de la Bureba.

Semejante encantadora austeridad podría tener su origen en la influencia del Císter o, quizá, en alguna orden militar, templarios tal vez.

La ermita tiene planta rectangular, una sola nave y espadaña de dos cuerpos. Apenas tiene vanos por lo que su interior se adivina oscuro. Sobre la portada hay un óculo con entramado en forma de cruz. La techumbre es de lajas de piedra.

De vuelta al pueblo (42 habitantes censados en 2022) se pasa junto a la iglesia de San Cosme y San Damián y, ya en el casco urbano, junto a la ermita de Nuestra Señora de la Vera Cruz, muy sobria también.




Piérnigas, hasta principios del XIX, fue villa de abadengo, perteneciente al monasterio de Oña.


lunes, 25 de septiembre de 2023

Quintana-Urría y su iglesia

 

No es habitual encontrar abiertas las iglesias de los pueblos pequeños. Me detengo en Quintana-Urría, la Bureba, al ver que su iglesia de San Adrián está abierta un sábado por la mañana.

La iglesia, protegida su portada por un pórtico, está situada junto a la carretera. Tiene espadaña y, adosado, el cementerio de la pequeña población (18 habitantes censados en 2022)

El templo es muy recogido. Dispone de un retablo y de un coro. El interior está muy desgastado, pero esa circunstancia le proporciona un especial atractivo.
A la salida me detengo a observar un poco el paisaje. Me ha llamado mucho la atención, viniendo de Burgos, las formaciones rocosas, blanquecinas, que aparecen a mano izquierda.

El camino arbolado, que aparece en la foto, conduce hasta el arroyo Zorita, “de curso perenne pero poco caudaloso”, según explica el Diccionario Madoz.





El camino hacia el arroyo Zorita. Al fondo se aprecia una de las formaciones blanquecinas que se alzan en la zona.

martes, 29 de noviembre de 2022

Los colores otoñales preludian el invierno



Llueve, sopla el viento de poniente, el aire se ha enfriado. El ciclo se cierra y las hojas otoñales tapizan el suelo. Irrumpe el invierno pues, en estos pagos, sólo hay dos estaciones: el verano y el invierno, más o menos aparatoso pero invierno al fin; medio año para cada una.

Hoy toca paseo, aunque antes dedico un rato a la fotografía. Pronto no quedará rastro del colorido otoñal. Por los jardines de Pierre Loti bajo hasta el camino de la bahía. En los jardines hay una tienda de campaña y diversos enseres a su alrededor. Paso de puntilla para no molestar o, tal vez, para que no me molesten.

En el camino despliego el paraguas y, de vez en cuando, aprovecho que la bajamar ha dejado al descubierto los fondos lodosos –donde se alimentan multitud de aves– para seguir con las fotos. El viento complica aún más la operación. Aprendo a manejar el móvil con una mano, como si fuera un adolescente. Pero sólo lo consigo a medias.

Apenas me cruzo con nadie: algún paseante que desafía la inclemencia y los sufridos propietarios de perros que no pueden descuidar a sus mascotas, aunque algunos lo hagan, como ese perro que ha bajado a los limos, corre alocado de un lado a otro y espanta y molesta a las aves.

Aun estoy lejos de haber recuperado mi forma física. Tengo que hacer paradas para reponerme. Esto va para largo y tengo claro que ya no podré caminar con la desenvoltura anterior a mi operación vascular. Ahora voy más despacio y esto, que parece un inconveniente –y lo es–, me permite también observar detalles que antes me pasaban desapercibidos. Hay tanto que ver, hay tanta vida escondido alrededor…

Regreso sobre mis pasos, vuelvo a pasar de puntillas junto a la tienda, asciendo las escaleras. A la ida el agua descendía a chorros por los peldaños. Ahora hasta han asomado algunos rayos de sol. Un espejismo.





viernes, 17 de junio de 2022

El Jardín Real de Toulouse



Es el jardín más antiguo de Toulouse. Dada de 1754, más de tres décadas anterior a la Revolución. Según las tendencias políticas dominantes se ha denominado Jardín Público o Jardín Real. Ahora, y desde hace mucho tiempo, se utiliza el segundo nombre, Jardín Real.

Nos dirigíamos hacia el Jardín de Plantas, que es más grande y está al lado, pero no pudimos resistir la tentación de franquear su verja perimetral y allí dentro nos quedamos, a la sombra de sus espléndidos y añosos árboles.

Hicimos un picnic sentados a la sombra de un impresionante cedro del Líbano. Luego dimos un paseo por sus dos frondosas avenidas que conforman una elíptica. Además de varias estatuas hay dos pequeños estanques rodeado de césped. Un puente los separa y conecta las avenidas. En el puente hay unos bancos de hierro muy historiados, pero no aptos para sentarse por efecto de las tórtolas y sus deposiciones.

Toulouse es una ciudad con unos jardines maravillosos.









jueves, 2 de junio de 2022

El cañón de La Horadada, en la Montaña palentina





Es esta una zona muy agradable para pasear. Desde Mave (Montaña palentina) sale un camino que conduce hasta el cañón de La Horadada, excavado por el río Pisuerga en este territorio calizo. A la izquierda se deja el acceso a una antigua fábrica de harinas y una central hidroeléctrica. Por la derecha hay un suave ascenso que nos lleva hasta el cañón.

Por el camino me encuentro con un joven aficionado a las aves y charlo un rato con él. Lleva una cámara de fotos, unos prismáticos y una especie de catalejo montado sobre un trípode. Tenía unos días libres y se ha venido desde Madrid para cultivar su afición. Este es un buen lugar para el avistamiento de aves. Luego se irá hacia el embalse de Reinosa, un poco más arriba en el mapa.

Los ornitólogos son gente interesante. Su paciencia y perseverancia son admirables. Acostumbrado a ver pasar gente corriendo, ciclistas en rebaño y senderistas preocupados por batir el record de la ruta, es un placer encontrarte con gente que no tiene prisa y que, por el contrario, son capaces de permanecer quietos el tiempo que haga falta por ver a un pajarillo que se esconde entre la vegetación.

Le dejo husmeando por los alrededores y yo sigo el paseo. Las vistas sobre el cañón son espectaculares. Allá abajo, junto al río Pisuerga, se divisa un trazado ferroviario, aunque no veo pasar tren alguno. En el cielo navegan majestuosos varios buitres que supongo anidarán en estos farallones. Por la derecha, sembrado de florecillas silvestres, se abre un paisaje de páramo y enfrente se alza la mole de Las Tuerces que visité hace un par de días.

La senda, de vez en cuando se bifurca y te permite asomarte hasta el borde del cañón. Hace una espléndida mañana primaveral, sopla un airecillo refrescante y el sol luce allá arriba alegrándolo todo, incluído el ánimo del paseante.

Poco a poco el camino se va alejando del desfiladero y comienza el descenso. Si continuara por la izquierda, bordeando Las Tuerces, llegaría hasta Villaescusa de las Torres. En su lugar giro a la derecha y regreso en suave ascenso hasta el sendero del cañón.

Todavía hay por aquí otro lugar de especial interés: el monte Cildá, que alberga los restos de un castro. Queda para otra ocasión.

Cuando retomo el camino, vuelvo a atravesar una gran cueva abierta en sus dos extremos. El ornitólogo ya no está.

En la torre de la iglesia de Mave hay un gran nido de cigüeñas. Varias parejas sobrevuelan los campos de los alrededores. Ha sido un paso corto pero muy agradable. Poco a poco el geopaque de Las Loras me muestra sus numerosos encantos.

Las Tuerces

La antigua fábrica de harinas
La iglesia de Mave


viernes, 27 de mayo de 2022

En el laberinto pétreo de Las Tuerces (Palencia)


Villaescusa de las Torres se ubica en el noroeste de Palencia. Está incluido en el Geoparque de las Loras y se asoma al río Pisuerga. Su caserío se cobija al abrigo del farallón de las Tuerces, declarado monumento natural protegido.


El acceso a Villaescusa de las Torres se ha complicado debido a que uno de los accesos por carretera ha sido cortado, y no ha sido reparado en los últimos años. Me dejo llevar por el gps (que desconoce esta circunstancia) y, tras dejar a un lado una cantera en plena actividad polvorienta, un camino de tierra me lleva hasta un puente o pasarela de madera. Dejo el vehículo a un lado del camino y me dispongo a seguir a pie. Pero antes me quedo un rato a la orilla del Pisuerga escuchando un concierto de batracios. Cuando regreso unas horas más tarde, ahí seguirán croando, sin tregua, sumergidos junto a los juncales.

Estoy a unos pasos de la iglesia de San Juan Bautista, que es gótica del siglo XVI, con planta de una sola nave y una bonita espadaña con hueco para tres campanas. El edificio tiene mucho encanto, con un jardincillo delantero donde viven unos lirios amparados por un muro. Un cartel informa que el pórtico de acceso es del siglo XVIII y que el interior (cerrado al cal y canto) alberga varios retablos. No parece que la iglesita tenga demasiada actividad, si es que tiene alguna.

Desde el propio jardín observo los perfiles del monumento natural de Las Tuerces hacia donde me dirijo. Se trata de una zona caliza (porosa) que forma un sinclinal colgado del tipo Lora, con alternancia de capas duras y blandas. Al erosionarse las capas blandas de roca han dado lugar a formas caprichosas: grandes setas de piedra, puentes y arcos naturales, callejones cerrados, cuevas de varios tamaños.





Pero antes de seguir el camino tengo que esquivar a un mastín que veo suelto en unas huertas próximas y que no para de ladrar. Me gustan los mastines pero, si me lo puedo permitir, prefiero mantener las distancias.

En efecto, doy un pequeño rodeo y enseguida encuentro el camino de ascenso. Unas escaleras angostas marcan la subida a Las Tuerces. Me lo tomo con calma y, en cuanto cojo un poco de altura, disfruto de las vistas sobre Villaescusa, sobre el río Pisuerga y sobre el valle. Son tan hermosas que me detengo muchas veces para fotografiarlas. Los casi 200 metros de desnivel –a diferencia de varios jóvenes que pasan corriendo—, me llevan algún tiempo.

Tanto a lo largo del recorrido como en la cumbre hay una gran variedad de caprichos geológicos que dan fama y atractivo a esta montaña. El camino está sembrado de argomas y de espinos blancos en flor, además de un sinfín de florecillas silvestres y montaraces. Al fondo se divisa el caserío de Aguilar de Campóo, presidido por las instalaciones de su afamada fábrica de galletas.

Todo ello forma un conjunto laberíntico conectado por multitud de senditas por donde el visitante puede deambular a su criterio. También puede asomarse (si el vértigo no se lo impide) a los cortados que se abren al valle por donde circula, mansa y sinuosamente, el Pisuerga. Preside la cima una seta gigante de piedra rematada por una cruz forjada.

La trepada me ha dado hambre así que me siento en una de las abundantes rocas y doy cuenta de mi almuerzo regado por unos traguitos de ribera. Sobre mi cabeza planea algún buitre y, como es sábado, algunos excursionistas merodean por los caminos. Le dejo unas migas a un petirrojo tímido que se ha dejado oír escondido entre la vegetación. Luego continúo por un camino ancho que, dando un rodeo, me devuelve al pueblo. Un poco antes de llegar me refresco en una fuente que proporciona un agua muy fresca. Ha sido una jornada bastante calurosa.





Al llegar a la primera calle me sale al paso un joven gatito blanco que se pone a enroscarse en mis pies en cuanto le hago un poco de caso y que me ofrece su tripa para que le acaricie. Lo que no hace mi gata lo hace este desconocido tan sociable. Otro gatito de su tamaño y parecido pelaje –probablemente su hermano– nos observa imperturbable al cobijo de una casa. Unos metros más allá unos chiquillos juegan con los pies dentro del cauce de un arroyo mientras los progenitores se toman el aperitivo en una casa habilitada como taberna que hay a unos metros.

Antes de coger el coche me quedo otro rato escuchando a la orquesta bulliciosa de las ranas del río antes de abandonar la localidad.

Como aún es temprano vuelvo a poner el gps y me dirijo hacia la vecina Olleros del Pisuerga, donde hay una iglesia rupestre y un eremitorio que quiero visitar, aunque ya me he informado que cierra a las 2 de la tarde y ya no me da tiempo a ver el interior. Tras unas cuantas vueltas por los caminos y carreteras secundarias llego a Olleros a las 3. Aparco y me dirijo a pie hasta la iglesia, que está a unos 300 metros.

La torre campanario está exenta, a unos cincuenta metros de la iglesia. El templo está excavado en una gran roca. En un lateral aparecen varias cuevas y otros tantos sepulcros antropomorfos de diferentes tamaños, algunos muy pequeños. El conjunto tiene un aire ancestral y venerable. El cementerio está adosado en un lateral.

Como la zona me ha gustado mucho me propongo volver para explorar el cañón de la Horadada, que está aquí al lado.




miércoles, 15 de diciembre de 2021

A tientas


                       Don Quijote y Sancho se van de compras

He olvidado las gafas. Sólo he traído las de sol. Cuando salgo de la biblioteca ya es de noche. Podría ponerme las gafas de sol, pero quedaría un poco raro, podrían tomarme por un facineroso, así que camino sin gafas, viéndolo todo borroso, sin poder fijarme en los detalles. Eso no me gusta, soy demasiado visual, apenas puedo disfrutar de mi paseo si no puedo ver bien, de tal modo que estoy a punto de darme la vuelta y volverme a casa, pero luego lo pienso mejor y decido continuar paseando. Cuando quiero ver algo tengo que acercarme mucho.

Me dirijo hacia la playa. En esa zona han instalado la mayor parte de las luces navideñas, así como una gran noria gigante, y una gran esfera, además de las fachadas coloreadas de algunos edificios. Hay bastante gente paseando, pese a que no hace ningún calor, sino más bien frío. Se me hace raro que haya tanta gente. He perdido la costumbre de salir una vez que se ha puesto el sol. Lo hago muy raramente. Así que todo me llama mucho la atención. También la niebla, que lo invade todo y que parece proceder del mar.

Cuando dejo atrás las luces, en el puerto, se me hace raro verlo todo en gris. Anda poca gente en la Parte Vieja: poco en vísperas de mucho, o algo parecido. Intento tomarme algo en un par de bares donde suelen poner jazz. Hoy me apetece un poco de jazz. Pero ambos están cerrados, no sé si por descanso semanal o definitivamente. Camino del tren, recalo en El Nido y, por fin, me tomo una caña. A estas alturas ya he optado por las gafas negras. Ahora lo veo todo más claro. O quizá ha sido la caña.




Playa de La Concha