De nuevo en el campo burgalés: un corto paseo por la Bureba, entre Piérnigas y su ermita de San Martín. Espléndidas vistas sobre la comarca, la Mesa de Oña cierra el paisaje.
Blog del escritor Juan Luis Seisdedos. --Aquí hay de todo. Si estás interesado deberías dirigirte al Índice. --Por arte de birlibirloque algunas fotos han desaparecido. Habría que preguntarle a Google. Yo lo he intentado, pero no contesta.
viernes, 29 de septiembre de 2023
Piérnigas y su ermita de San Martín
De nuevo en el campo burgalés: un corto paseo por la Bureba, entre Piérnigas y su ermita de San Martín. Espléndidas vistas sobre la comarca, la Mesa de Oña cierra el paisaje.
lunes, 25 de septiembre de 2023
Quintana-Urría y su iglesia
No es habitual encontrar abiertas las iglesias de los pueblos pequeños. Me detengo en Quintana-Urría, la Bureba, al ver que su iglesia de San Adrián está abierta un sábado por la mañana.
La iglesia, protegida su portada por un pórtico, está situada junto a la carretera. Tiene espadaña y, adosado, el cementerio de la pequeña población (18 habitantes censados en 2022)
El templo es muy recogido. Dispone de un retablo y de un coro. El interior está muy desgastado, pero esa circunstancia le proporciona un especial atractivo.El camino arbolado, que aparece en la foto, conduce hasta el arroyo Zorita, “de curso perenne pero poco caudaloso”, según explica el Diccionario Madoz.
martes, 29 de noviembre de 2022
Los colores otoñales preludian el invierno


Llueve, sopla el viento de poniente, el aire se ha enfriado. El ciclo se cierra y las hojas otoñales tapizan el suelo. Irrumpe el invierno pues, en estos pagos, sólo hay dos estaciones: el verano y el invierno, más o menos aparatoso pero invierno al fin; medio año para cada una.
Hoy toca paseo, aunque antes dedico un rato a la fotografía. Pronto no quedará rastro del colorido otoñal. Por los jardines de Pierre Loti bajo hasta el camino de la bahía. En los jardines hay una tienda de campaña y diversos enseres a su alrededor. Paso de puntilla para no molestar o, tal vez, para que no me molesten.
En el camino despliego el paraguas y, de vez en cuando, aprovecho que la bajamar ha dejado al descubierto los fondos lodosos –donde se alimentan multitud de aves– para seguir con las fotos. El viento complica aún más la operación. Aprendo a manejar el móvil con una mano, como si fuera un adolescente. Pero sólo lo consigo a medias.
Apenas me cruzo con nadie: algún paseante que desafía la inclemencia y los sufridos propietarios de perros que no pueden descuidar a sus mascotas, aunque algunos lo hagan, como ese perro que ha bajado a los limos, corre alocado de un lado a otro y espanta y molesta a las aves.
Aun estoy lejos de haber recuperado mi forma física. Tengo que hacer paradas para reponerme. Esto va para largo y tengo claro que ya no podré caminar con la desenvoltura anterior a mi operación vascular. Ahora voy más despacio y esto, que parece un inconveniente –y lo es–, me permite también observar detalles que antes me pasaban desapercibidos. Hay tanto que ver, hay tanta vida escondido alrededor…
Regreso sobre mis pasos, vuelvo a pasar de puntillas junto a la tienda, asciendo las escaleras. A la ida el agua descendía a chorros por los peldaños. Ahora hasta han asomado algunos rayos de sol. Un espejismo.
viernes, 17 de junio de 2022
El Jardín Real de Toulouse

Es el jardín más antiguo de Toulouse. Dada de 1754, más de tres décadas anterior a la Revolución. Según las tendencias políticas dominantes se ha denominado Jardín Público o Jardín Real. Ahora, y desde hace mucho tiempo, se utiliza el segundo nombre, Jardín Real.
Nos dirigíamos hacia el Jardín de Plantas, que es más grande y está al lado, pero no pudimos resistir la tentación de franquear su verja perimetral y allí dentro nos quedamos, a la sombra de sus espléndidos y añosos árboles.
Hicimos un picnic sentados a la sombra de un impresionante cedro del Líbano. Luego dimos un paseo por sus dos frondosas avenidas que conforman una elíptica. Además de varias estatuas hay dos pequeños estanques rodeado de césped. Un puente los separa y conecta las avenidas. En el puente hay unos bancos de hierro muy historiados, pero no aptos para sentarse por efecto de las tórtolas y sus deposiciones.
Toulouse es una ciudad con unos jardines maravillosos.
jueves, 2 de junio de 2022
El cañón de La Horadada, en la Montaña palentina




Por el camino me encuentro con un joven aficionado a las aves y charlo un rato con él. Lleva una cámara de fotos, unos prismáticos y una especie de catalejo montado sobre un trípode. Tenía unos días libres y se ha venido desde Madrid para cultivar su afición. Este es un buen lugar para el avistamiento de aves. Luego se irá hacia el embalse de Reinosa, un poco más arriba en el mapa.
Los ornitólogos son gente interesante. Su paciencia y perseverancia son admirables. Acostumbrado a ver pasar gente corriendo, ciclistas en rebaño y senderistas preocupados por batir el record de la ruta, es un placer encontrarte con gente que no tiene prisa y que, por el contrario, son capaces de permanecer quietos el tiempo que haga falta por ver a un pajarillo que se esconde entre la vegetación.
Le dejo husmeando por los alrededores y yo sigo el paseo. Las vistas sobre el cañón son espectaculares. Allá abajo, junto al río Pisuerga, se divisa un trazado ferroviario, aunque no veo pasar tren alguno. En el cielo navegan majestuosos varios buitres que supongo anidarán en estos farallones. Por la derecha, sembrado de florecillas silvestres, se abre un paisaje de páramo y enfrente se alza la mole de Las Tuerces que visité hace un par de días.
La senda, de vez en cuando se bifurca y te permite asomarte hasta el borde del cañón. Hace una espléndida mañana primaveral, sopla un airecillo refrescante y el sol luce allá arriba alegrándolo todo, incluído el ánimo del paseante.
Poco a poco el camino se va alejando del desfiladero y comienza el descenso. Si continuara por la izquierda, bordeando Las Tuerces, llegaría hasta Villaescusa de las Torres. En su lugar giro a la derecha y regreso en suave ascenso hasta el sendero del cañón.
Todavía hay por aquí otro lugar de especial interés: el monte Cildá, que alberga los restos de un castro. Queda para otra ocasión.
Cuando retomo el camino, vuelvo a atravesar una gran cueva abierta en sus dos extremos. El ornitólogo ya no está.
En la torre de la iglesia de Mave hay un gran nido de cigüeñas. Varias parejas sobrevuelan los campos de los alrededores. Ha sido un paso corto pero muy agradable. Poco a poco el geopaque de Las Loras me muestra sus numerosos encantos.
