viernes, 20 de junio de 2014

Por la zona minera de Peñas de Aya


Ruinas de la explotación minera

La mañana se anuncia calurosa así que elijo  caminar por el bosque, a la sombra de pinos, castaños y robles. Para ello me adentro en el parque natural de Peñas de Aya, desde la antigua zona minera de Arditurri, en Oyarzun, donde está el centro de interpretación del parque. Utilizo el PR-Gi-1009, que no llega a los 8 kilómetros.
Un remanso del arroyo Arditurri
Es un recorrido bien diseñado que comienza por una subida prolongada pero llevadera, en compañía del arroyo Arditurri, cuyo rumor no deja de sonar en su descenso. Aquí y allá aparecen ruinas de edificaciones relacionadas con la explotación de las minas. Estas –ahora en desuso- ya fueron explotadas desde la época de los romanos. También se identifican algunas bocas de antiguas perforaciones.
Una boca de mina junto al camino
Hoy el bosque -quizá por el calor-, está bastante silencioso. Apenas se escucha algún pájaro lejano y el zumbido de moscas en los tramos soleados. En el cielo azul se deja oir el motor de una avioneta.
La borda Unaileku
Dejo a un lado la borda Unaileku y continúo en suave ascensión hasta que, cuando ya empezaba a añorarlas, diviso unas hermosas pero lejanas vistas sobre San Sebastián, la isla de Santa Clara, el Urgull…
San Sebastián, la isla de Santa Clara, el monte Urgullu
Antes de alcanzar la carretera a Lesaca contemplo entre árboles a un pequeño grupo de caballos que pacen tranquilos y a la sombra. Ya ha comenzado el descenso. A medida que me desplazo el perfil de las Peñas de Aya va cambiando y se hace más abrupto. Los que nos hemos criado a la sombra de esta montaña nos recreamos mucho con su imagen cambiante según el lugar de la contemplación. Yo le tengo mucha afición a este juego.
El camino se ensancha
La bajada, por una senda que se estrecha, es bastante pronunciada. En un rato se alcanza la carretera que conduce al centro de interpretación y luego, por los pequeños túneles del camino para bicis, en poco más de un kilómetro alcanzo el parking.

El perfil granítico de las Peñas de Aya, desde tierra adentro
Pero antes me detengo un rato en la ribera, donde el Arditurri traza una curva, para descansar a la sombra, comer algo y contemplar el vuelo caprichoso de las mariposas.


martes, 17 de junio de 2014

Belleza y enigma en el cañón del Río Lobos




El río Lobos, que nace en la localidad burgalesa de Hontoria del Pinar, ha sido capaz de excavar este cañón, de más de  veinte kilómetros de longitud, y, sin embargo, a finales de mayo, no transporta una gota de agua. Se trata de un río que sólo recibe aportes de lluvia y nieve. De ahí que la mayor parte del año su cauce esté seco.
Este ha sido un paseo un poco improvisado pero que hemos disfrutado mucho porque el lugar es una maravilla. Cogemos el sendero que cruza el cañón en el puente de los Siete Ojos, en mitad de la carretera que conecta San Leonardo con Santa María de Hoyos y que atraviesa el parque por su mitad. El parque se distribuye entre las provincias de Burgos y Soria.

Se trata de un recorrido llano que serpentea a lo largo de ocho kilómetros, hasta la ermita templaria de San Bartolomé, entre espectaculares paredones rocosos, perforados por cuevas y cavidades. Dicen que en las cuevas vivieron eremitas y otros despreciadores del mundo. Ahora en las cavidades anidan buitres, que son los amos de estas alturas, donde se les puede ver apostados en las cornisas oteando el panorama.
El trazado es de una amenidad cinematográfica. En su parte central, contiene un tramo especialmente protegido que constituye el corazón ecológico de este lugar. A lo largo del camino vemos agrupaciones de encinas, sabinas, robles, pinos, sauces y chopos.
Uno de los tramos acondicionados, a la izquierda
A falta de agua en el río hay una proliferación de aguas embalsadas a modo de estanques y charcas donde se escucha el alborotado croar de los batracios. En su mayor parte están cubiertos de nenúfares. Los lirios de agua ponen delicadas notas amarillas entre los verdes.
Como el camino es fácil, está bien señalizado y algunos tramos están acondicionados con pasarelas de madera,  el caminante sólo tiene que ocuparse en mover las piernas y en contemplar la belleza que le rodea.

Tres o cuatro kilómetros antes de llegar a la ermita nos cruzamos con un gran rebaño de ovejas, conducido por media docena de mastines que se ocupaban de regular el tráfico y que nos mantuvieron echados a un lado contemplando el espectáculo, tan visual como sonoro. Los corderos se comunican con sus progenitoras mediante balidos y lo hacen de forma permanente y efusiva. Diez minutos emplearon en el desfile, que cierra un pastor cachazudo y tripón. Este nos cuenta que lleva 500 cabezas en el grupo y que los mastines, acostumbrados a la gente según él, mantienen alejados a los lobos.
El colmenar de los frailes, al que se accedía mediante una escalera
En el último tramo, a diez o quince metros de altura, pueden verse las colmenas que criaban los frailes del monasterio vecino. Un puentecillo, finalmente, te deja en la campa donde se alza la ermita, el único resto del antiguo cenobio.
La ermita de San Bartolomé es de transición entre el románico y el gótico. Su condición de ermita templaria y la simbología de esta orden que la adorna, en especial, los canecillos de la puerta principal, han producido una abundante literatura. También el hecho de que su ubicación sea equidistante entre el cabo de Creus, al este,  y el de Finisterre, al oeste.

A la vuelta volvemos a topar con el rebaño pero, como estaba paciendo desperdigado, los mastines nos dejan el paso libre. Dos de ellos descansaban del oficio y del calor a la sombra de un árbol.
Proliferan los nenúfares y los lirios de agua
En la localidad de Usero, distante cuatro o cinco kilómetros, se alzan las ruinas del castillo templario que se relacionaba con el monasterio y que tiene su historia, como es de rigor. Suele datarse en el siglo XII y está construido sobre un castro celta. La presencia de los templarios está documentada del principios del XII.



sábado, 14 de junio de 2014

Un paseo por el parque natural de Pagoeta


En la cima del Pagoeta, hacia el oeste
Comienzo a explorar el parque natural de Pagoeta. Lo hago subiendo hasta la cumbre. El camino arranca junto a la iglesia de Aia. La primera mitad del ascenso discurre a pleno sol. La mañana es calurosa, con el cielo apenas cubierto a ratos por los restos de la neblina. La provincia entera parece haberse despertado con una persistente neblina que lo anega todo.
Prados y recinto para el ganado, desde la gran cruz

El camino es su mayor parte es una calzada. Atravieso muchas puertas a lo largo de la mañana. Algunas se franquean, otras hay que saltarlas. Las puertas impiden que el ganado, abundante por la zona, se desperdigue.
Hacia la mitad del trayecto aparece el bosque de alerces y de alisos. Es un alivio. En el bosque, en esta época, se escucha a las aves. Cuando el bosque termina casi estoy arriba. Me dirijo hasta la cruz. Dejo a la derecha un recinto, compuesto de vallas de madera, donde se recoge el ganado.
Aún quedan restos de neblina en las cumbres

Desde la cruz atisbo una segunda cima y me dirijo hacia ella. En una pequeña hondonada, donde reside un grupo de hayas venerables, en compañía de algunos fresnos, hay una construcción que resulta ser un albergue. El paraje es idílico.


El refugio, rodeado de hayas

Llego hasta el vértice geodésico y encuentro una veintena de caballos, de capa muy oscura, hembras y potros en su mayoría, que pastan tranquilamente. Los potros, a ratos, meten la cabeza debajo de sus madres buscando alimentarse de ellas. Es una postura que se me antoja muy incómoda.
Las vistas son espectaculares hacia los cuatro puntos cardinales. Como la niebla no se ha levantado del todo aún hay zonas envueltos en ella. En los valles aparecen algunos pueblos de los alrededores, con sus iglesias y su caserío. Al oeste, en un promontorio rocoso se ve una ermita. Cómo apetece acercarse hasta allí.
Un vallado de madera para proteger la charca

Esta es zona de enterramientos megalíticos. Aquí y allá hay dólmenes y túmulos que no llego a visitar. Pertenecen a pueblos de pastores, anteriores en varios siglos al cristianismo, y uno no puede menos de imaginar a esta gente merodeando por estas mismas montañas. Un hombre de la Edad del Hierro tendría una visión de estos parajes similar a la de hoy, pero sin las edificaciones, sin las paredes blancas y los tejados rojizos, sin las torres de las iglesias, sin cables ni líneas de alta tensión. El paisaje, tan sobrecogedor en función muchas veces de la climatología, aún debía ser más impresionante y solitario que ahora. La sensación de desamparo debía estar muy presente. De ella a la fe religiosa, de cualquier tipo, sólo hay un paso que la imaginación siempre estará dispuesta a dar.
Por otra parte –qué cosas me viene a la cabeza en estas alturas y paseos- la relación del hombre con los animales, que eran su fuente de sustento, qué diferente debía ser a la que tenemos ahora, con tantos intermediarios entre ellos y nosotros.
Un camino cómodo para recorrer las alturas

Desde lo alto puede uno caminar, en un suave descenso, por un terreno en el que conviven los pastos y las rocas. Andar sin prisas por estas alturas, a pleno sol, pero con un aire que refresca el ambiente, con un par de buitres planeando en el cielo, dejando reposar la mirada en cualquier punto, deambulando de aquí para allá, al capricho de los pies, es un placer, una sensación de amplitud y libertad, como pocas.
Un vía-crucis en el risco que se abre al valle

Una charca llena de vegetación que se ha formado en una pequeña hondonada, aparece rodeada de una valla de madera. Reconforta contemplar estos detalles, verificar que el amor por la naturaleza se materializa en cosas concretas.
Poco a poco dejo atrás la cumbre y busco el camino de vuelta, un camino que, tras otra puerta, se convierte en una senda. La senda pasa junto a una concentración de cruces –siempre las cruces en nuestra tradición vasca- concentradas en unos pocos metros, asomadas al abismo que se abre a sus espaldas.
Desde la estrecha senda que desciende a Aia

En algunos puntos la senda se estrecha, luego atraviesa zonas boscosas, siempre bordeando pendientes casi vertiginosas. Por el camino aparece un rebaño de ovejas descansando a la sombra de un gran árbol. Lo bordeo para evitar una espantada. A mano derecha una vieja señal de madera dirige hacia una fuente. La carretera de acceso a Aia serpentea entre el bosque. Una gran masa de arbolado autóctono surge por doquier.

El rebaño a la sombra junto al viejo tronco

En una terraza del pueblo, junto a la gran mole de laiglesia, me tomo una caña que me sabe a gloria, antes de recoger mi utilitario y despedirme, no sin antes emplazarme para visitar otro día el parque botánico que he visto fugazmente por la mañana.

miércoles, 11 de junio de 2014

El hombre de los pájaros

Todas las mañanas, haga calor o frío, llueva o nieve, en compañía de su mujer y de una perra vieja y renqueante, el hombre hace su paseo, siempre la misma ruta, con una o dos bolsas de plástico llenas de pan desmigado. En una serie de lugares estratégicos y recogidos se detiene, esparce un puñado de migas por el suelo y continúa su marcha. Algunos gorriones le esperan en los hitos de su itinerario; otros revolotean en torno a su figura cuando le ven venir. Cuando se aleja, ya hay un puñado de aves atacando su desayuno entre gorgeos, piadas y revuelos. Cada día del año este hombre le hace la vida más fácil a un buen puñado de gorriones, mirlos, tórtolas y otras aves. Bravo por él.




lunes, 9 de junio de 2014

Peter Handke, cal y arena

Va por delante que, en mi opinión, Peter Handke es un escritor más que notable, que yo aprecio y del que he leído libros fascinantes, como Ayer en camino, Historias del lápiz, El peso del mundo o El año que pasé en la bahía de nadie. De estos cuatro títulos los tres primeros se corresponden con libros de escritura breve, notas, apuntes o, si se quiere “aforismos”.
Ahora voy a ceñirme al libro suyo que tengo entre manos, titulado La pérdida de la imagen o Por la sierra de Gredos, publicado en el año 2002 y de 562 apretadas páginas. Por el momento he llegado a la página 212 aunque, durante las cincuenta últimas, me he saltado los párrafos que me han parecido oportunos.
Lo que sigue ha sido escrito en un momento de desaliento lector, de cabreo sin duda. No es justo, ni pretende serlo. Es un texto del momento que me permito transcribir tal cual:
A Peter Handke no le importa escribir un pestiño de 600 páginas en letra pequeña. El lector no le interesa. Sólo le importa él y su juego narcisista con la escritura. El es un sádico y el lector, si quiere serlo, es su masoquista. ¿Dónde está el problema? No hay problema alguno siempre que las relaciones sean consentidas.
Esta escritura es un ejercicio de nihilismo absoluto, no lleva a ninguna parte, sólo es un camino que se caracteriza, principalmente, por ser muy aburrido. Pese a su apariencia coherente se trata de un texto caprichoso, incoherente, que se permite todos los atentados posibles contra la lógica (a la que PH desprecia), parapetado tras expresiones vacías de significado, muletillas (…), que sirven como elementos de ensamblaje.
Es una escritura absurda, cuya finalidad es el absurdo o, tal vez, la burla, el engaño, la mofa, el descaro. Palabras, palabras, palabras. Palabras hasta la náusea. De vez en cuando, entre la hojarasca de palabras, aparece algo sutil, brillante, genial incluso.
Decir también que las palabras siempre son comunes. No hay el menor indicio de pedantería. Sólo hay una narratividad en marcha, una minuciosidad narrativa tan descomunal que cualquier coherencia resulta impracticable, esporádica,y aleatoria.
Quiero creer que el señor Handke será el primer sorprendido por el “éxito” de su obra, confeccionada de espaldas al lector. Me cuesta creer que no ya el lector común, sino incluso el lector cualificado encuentre placer alguno en esta obra, salvo que, en efecto, hablemos del placer masoquista de enfrentarse a un texto tan dilatado como plúmbeo del que no se sabe bien ni a dónde lleva ni qué objetivo tiene, si es que lo tiene.






















domingo, 8 de junio de 2014

En la cima del Bianditz, envidiando a un buitre

Una espléndida mañana primaveral. Estoy en la cima del Bianditz, comiendo algo sentado en una roca, y un buitre se aproxima sobrevolando mi cabeza. No puedo dejar de admirarlo. Me inspecciona y se deja ir planeando hacia el sur. En un minuto, sin apenas mover las alas, ya lo he perdido de vista. Es el puto amo, pienso, ahora que no me oye nadie. No hay libertad equiparable a la de este animal que vuela majestuoso.
He venido desde el Aguiña y me he detenido en el Monumento al Padre Donostia, un musicólogo que recuperó un gran repertorio de música vasca. No visitaba este lugar emblemático desde hace más de una década. Se trata de un pequeño y recogido llano, situado en lo alto y delimitado por un bosquete de alerces, con soberbias vistas sobre la Peña de Aya y el monte Larrún.
Está enclavado en una amplia estación megalítico, compuesta sobre todo por cromlechs y también por túmulos, dólmenes y algún menhir. Todos ellos proceden de la Edad del Hierro con una antigüedad de unos 800 años antes de Cristo.
La escultura-estela de Oteiza, levantada con cemento, al igual que la ermita, se encuentra bastante deteriorada. La ermita, que recuerda la condición de fraile franciscano del Padre  Donostia, obra del arquitecto Luis Vallet, es una delicia de sencillez. La forma oval alberga un pequeño altar. Desde atrás se filtra luz a través de pequeños vidrios azulados. Un cruz remata la edificación.
El camino pasa sobre el pequeño embalse de Domiko, rodeado de una espesa vegetación, que durante décadas abasteció de agua a Irún y a Fuenterrabía, hasta que, en vista de su escasa capacidad, que provocaba restricciones de agua en las dos localidades durante los veranos, fue sustituido por el embalse de Endara, situado en las proximidades y de un tamaño muy superior.
Casi todo el trayecto discurre por bosques de alerces y alisedas. En la espesura pastan las pottokas. Algunas están criando aún a sus potrillos. La sombra resulta agradable porque el calor aprieta.
Tan sólo en el último tramo merma el arbolado. Es una zona rocosa, donde también pastan los caballos. Aquí el calor se compensa con el viento, que además de refrescar emite un murmullo constante. La cima está desierta y rodeada de montañas. La panorámica es soberbia, tanto sobre los Pirineos como sobre el mar y la costa. Apenas unas nubecillas alteran el azul del cielo.


viernes, 6 de junio de 2014

El imbécil de las llamadas o cómo combatir el spam telefónico



Un imbécil (aunque no descarto que se trate de una "imbécila") lleva una semana llamando por teléfono a todas horas a mi casa, aunque, eso sí, en horario laborable. Descuelgo, el tipo permanece en silencio y cuelga. Llama desde un número oculto.

En cuestión de imbéciles no se puede descartar nada, pero me malicio que este cretino se está vengando de mi estrategia para combatir el spam telefónico, actividad en boga que considero una intromisión en la intimidad por parte de extraños y, en consecuencia, digna de ser combatida por todos los medios a mi alcance, que son pocos, mal que me pese.

Parto de la base de que nadie tiene derecho a llamar a mi casa –territorio inalienable, al menos por el momento- para venderme nada. Pero como las prepotentes empresas de telefonía hacen públicos nuestros números y nuestros domicilios sin nuestra autorización y como, además, ninguna autoridad legal pone remedio a este allanamiento de la intimidad, no queda otra, si quieres disponer de un teléfono, que tragar.

En consecuencia tus datos personales están al alcance de cualquiera y cualquiera, en efecto, te llama a tu casa cuando le sale de los huevos y puede hacerlo además desde un número oculto y no pasa nada. Te tienes que aguantar. Yo, después de darle varias vueltas al asunto, he llegado a la conclusión de que ninguna solución es perfecta así que me voy apañando como puedo siguiendo el siguiente protocolo:

1. Nunca levanto el teléfono si no aparece un número. Así que nada de llamadas ocultas .

2. Si aparece un número –lo que tampoco es garantía de nada, desde luego- o si espero una llamada urgente, digo “oui” o “si”, según de qué humor me pille, y espero a ver lo que dicen. Si es spam, como suele, dejo hablar al sujeto y me voy, o bien cuelgo directamente, sin mediar explicación alguna.

Sí, ya sé que mucha gente trabaja en este tipo de empleos, que se ganan el pan y todo eso. Pero yo no tengo por qué aguantarlos y el silencio como respuesta entra en el salario. Si luego el tipo me machaca, como éste que acabo de comentar, demuestra que es un imbécil y un tarado. Nada más. Ni menos.



jueves, 5 de junio de 2014

La misteriosa ermita visigoda de Quintanilla de las Viñas

(Las fotos han desaparecido)


Camino de Soria nos desviamos a la izquierda para visitar la ermita visigoda de Quintanilla de las Viñas, situada en un bello paraje de la Tierra de Lara burgalesa, a unos pocos kilómetros de Cobarrubias y de Santo Domingo de Silos.
Hay suerte y encontramos al guía que nos facilita el acceso y nos ofrece algunas explicaciones. Casi todo lo relacionado con esta ermita continúa siendo controvertido entre los especialistas en el arte altomedieval. Parece haber acuerdo en que se trata de una obra tardía durante la dominación de los visigodos, entre finales del siglo VII y principios del VIII.
Lo que vemos –una capilla, con ábside y transepto- son los restos de un edificio mayor -puede que un monasterio- con una nave central y dos laterales.
El reino visigodo fue creado en España en 456, por el rey Teodorico, y de mantuvo durante dos siglos y medio, hasta la invasión musulmana. La mayoría de los restos arquitectónicos de este periodo, sobre todo los situados en las ciudades, han desaparecido. Las escasas muestras que permanecen se encuentran, como en este caso, en parajes rurales.
El edificio está construido con grandes sillares de arenisca, en dos colores, colocados sin argamasa, y, al margen del gran arco de herradura –considerado el de mayor calidad entre los visigodos que permanecen de pie- llaman la atención la decoración de los frisos exteriores, muy rara en edificios cristianos.
Los elementos decorativos son muy variados: racimos, zarcillos, telas vegetales, aves, leones, leopardos, toros, grifos y misteriosos anagramas. Sobre la pequeña puerta de acceso encontramos una concha, que no es la de peregrinaje, sino que alude a Venus. También pueden verse signos paganos –mezclados con los cristianos- en los capiteles. Todos ellos, de gran refinamiento en su ejecución.

Los relieves del sol y de la luna, situados en un lugar privilegiado como el arco, han dado pie a muchas interpretaciones, pues ambos son considerados símbolos paganos o precristianos. Se habla de cultos no católicos, sino arrianos, gnósticos o maniqueos orientales. La España visigótica era muy heterogénea en su religiosidad.
Otros historiadores, sin embargo, no dudan en considerar esta simbología como cristiana. Parece que el enigma no va a ser descifrado, lo que, sin duda, le confiere al lugar un mayor misterio.
El paraje, que forma parte de las estibaciones de la Sierra de la Demanda, es una sucesión de suaves lomas, enmarcadas por una gran muralla rocosa, la sierra de las Mamblas y la proximidad del río Arlanza. Una estrecha carretera se desliza hasta la nacional. En ella se puede encontrar el yacimiento de La Pedraja, con un pequeño parkin y un recinto con huellas de dinosaurio. En una charca vecina, a media tarde, pude escuchar un breve y refinado concierto de anfibios.





miércoles, 4 de junio de 2014

Gisa Klönne novela la violencia contra las mujeres

Soy un lector inconstante de novela negra, pero, con algunas excepciones, es casi el único tipo de novela que leo. Acabo de descubrir a la alemana Gisa Klönne y su entrega Una noche sin sombras, protagonizada por la inspectora Judith Krieger y su colega Manni  Korzilins.
No alcanza el nivel de un Mankell o un Kerr, pero no está nada mal, pese a algunas deficiencias en la traducción. El nivel literario es alto, lo que no suele ser demasiado habitual en el género. Más que una novela que se nutre de la personalidad de un personaje protagonista, que también lo hace, se trata de una obra que indaga en la violencia que sufren las mujeres a través de las agresiones de que son objeto dentro de las parejas, en la prostitución y en la trata de blancas.
Los datos que sobre estos temas nos ofrece la autora son escalofriantes y se resumen en el siguiente: una de cuatro mujeres alemanas es objeto a lo largo de su vida de agresiones sexuales o de malos tratos en el ámbito de sus relaciones afectivas.
Se plantea y se debate aquí, bajo varios puntos de vista, la cuestión de la pornografía, de la industria del sexo, de las mafias que trafican con jóvenes y del desprecio hacia las mujeres en la sociedad contemporánea de un país desarrollado como Alemania. Hay un sutil equilibrio entre la acción y el debate que está bastante logrado.
Aparece también un subtema muy interesante: el del pueblo sami o lapón y el del archipiélago Solovetski, que nos remite al horror estalinista. Procede de una de las protagonistas, médico forense, perteneciente a la etnia sami o lapona.
Los samis –se calcula que hay unos 80.000- viven en el norte de Noruega, Suecia, Finlandia y en la península rusa de Kola. Han sido tradicionalmente cazadores, pescadores y criadores de reno, amén de nómadas. En origen eran animistas y chamanistas pero luego fueron convertidos al cristianismo luterano.
Los antepasados de la forense procedían del archipiélago Solovetski, situado en el Mar Blanco, en la costa noroeste de Rusia. Este lugar es el archipiélago Gulag de Solzhenitsin.  Entre 1923 y 1939 se calcula que unos 80.000 prisioneros pasaron por este campo de trabajos forzados, a escasos kilómetros del Océano Glacial Artico. La mitad de ellos murieron o fueron ejecutados.
Los videos corresponden a Patti Smith, My Brightest Diamond, Laura Veirs y KT Tunstall, por este orden, grupos musicales que se citan en el libro.

martes, 3 de junio de 2014

Rodeado de gente en la Laguna Negra

“La hermosa tierra de España
adusta, fina y guerrera
Castilla, de largos ríos,
tiene un puñado de sierras
entre Soria y Burgos como
reductos de fortaleza,
como yelmos crestonados,
y Urbión es una cimera."
Antonio Machado, Campos de Castilla


Hay una carretera que parte de Vinuesa y en unos kilómetros te deja a los pies de la Laguna Negra, a 1753 metros de altura. La laguna, de origen glacial, pertenece al parque natural de la Laguna Negra y los Circos Glaciares de Urbión.
Hemos tomado un café en Vinuesa, en una terraza al sol y, cuando llegamos a la laguna hay niebla, hace frío, llovizna y hay una multitud. Es sábado. Nos permiten acceder con el coche hasta la misma pasarela que conduce a la laguna, donde hay un chiringuito y una suerte de caos para aparcar los vehículos.

Un par de kilómetros antes hay otro parking y algunos suben a pie, lo que contribuye a que la sensación de desorden se incremente. Decir que se trata de un paisaje espectacular es quedarse corto. La laguna está rodeada por murallones de piedra. En uno de los laterales, a los que se accede por una senda, cae una bonita cascada. Toda la zona está densamente poblada por una vegetación nórdica de pinos albares, abedules, hayas y álamos entre otras especies.
El problema es que llueve y hay mucha gente, familias enteras con sus paraguas, y casi no se puede andar. Con tanto alboroto, tantos comentarios, tantas cámaras fotográficas, no consigo relajarme y estoy deseando salir de semejante barullo.
El lugar cuenta con todos los requisitos para ser legendario. Una de sus leyendas señala que las aguas no tienen fondo, aunque en realidad el fondo no sobrepasa los ocho metros. Otra indica que todos los que caen en ellas desaparecen. Antonio Machado hizo su aportación legendaria al situar aquí el crimen de los Alvargonzález.
Supongo que si Machado se hubiese encontrado durante su visita con semejante guirigay hubiese salido corriendo.  Creo que Pío Baroja también escribió sobre su excursión a este lugar, pero no tengo la referencia.
Sin duda merece la pena subir hasta aquí. Es un lugar con encanto y misterio, con muchas posibilidades de completar la visita con algún breve paseo por los alrededores, pero yo al menos, buscaré un día tranquilo para hacerlo, pues no tengo demasiada fe en que nadie se haga cargo de organizar este desmadre.



lunes, 2 de junio de 2014

El parque-mirador de Castroviejo en Soria

No esperaba encontrar en estas sierras un lugar con tanto encanto como el parque-mirador de Castroviejo, al que se accede por una carretera de siete kilómetros próxima a Duruelo, en la comarca soriana de Pinares.
Aunque en el valle ha salido el sol, en estas alturas la niebla destila llovizna y hace frío, sobre todo cuando sopla el viento. Es sábado y se ve gente desperdigada por diferentes lugares de la Sierra de Urbión, donde nace el río Duero, sobre todo en la Laguna Negra.

El lugar está acondicionado con un cerramiento de madera, dotado de unos accesos metálicos. Un pequeño grupo de vacas descansa a la izquierda y, cuando entramos, una docena de cabras se dispone a abandonarlo.
Este lugar fantástico es un berrocal, formado por grandes roquedos redondeados, fruto de la acción de diversos elementos erosivos. Las moles forman como calles con trazados caprichosos y laberínticos. En las grietas surgen árboles y arbustos aislados, con formas retorcidas,  que confieren al conjunto un aspecto misterioso y delicado a la vez que me recuerdan a algunos jardines japoneses pero en gran escala.

La agrupación de piedras termina abruptamente en un mirador desde el que se contempla el valle por donde el río Duero da sus primeros pasos, y una gran masa de pinos, entre la que se puede distinguir la presencia de los núcleos urbanos de Covaleda y de Duruelo.
A escasa distancia se encuentra el lugar denominado Cueva Serena –que no llego a visitar por falta de tiempo- donde hay una cascada y que ha servido de escenario, junto a otros parajes vecinos, para el rodaje de varias películas.


Desde aquí se accede también a varias rutas de senderismo, como la que lleva al pico Urbión y a los nacederos del Duero, entre otras.