lunes, 17 de septiembre de 2007
Platero y yo
Mi padre era un lector empedernido y me contagió su vicio a través de su biblioteca. Cuando yo era un crío y empezaban a aburrirme los libros de Enyd Blyton, empecé a urgar en ella. Había tantos que no sabía cuál elegir. Entonces empecé a pedirle que me recomendara alguno. El, invariablemente, me decía: lee Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. Y así lo hice. Al menos lo intenté. Pero leía media docena de capítulos y abandonaba.
Volvía a solicitarle consejo y me repetía: ¿ya has leído el Platero? Y yo confesaba que lo había intentado pero que me aburría. Entonces me recomendaba que insistiera.
A lo largo de mi juventud abrí el libro media docena de veces siempre con el mismo resultado. No me gustaba, me aburría. En realidad yo no sabía leer. Me interesaba más por la historia que por el texto.
A los cuarenta años el libro volvió a caer en mis manos. Y fue un deslumbramiento. Ahora está entre mis preferidos. De vez en cuando leo unas páginas, siempre con renovada admiración.
Lo que no entiendo es la insistencia en considerar esta obra como un libro para niños. Debe ser para sofocar en los críos cualquier atisbo de afición a la letra impresa.
Esto viene a cuento de haber sugerido aquí la lectura de Rebelión en la granja, de G. Orwell. Si alguno de mis hijos, en su momento, me pregunta sobre qué libro leer, la respuesta será: Rebelión en la granja. Y no por el texto, que también, sino por la fábula.
Pero tal vez yo también esté equivocado y Rebelión no es un libro para niños.
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Las plantas del Platero, una bonita página.
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El libro aquí
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