miércoles, 5 de abril de 2017

Algunos haikús de Chiyo-ni




La poetisa japonesa Chiyo-ni (1703-1775) fue hija de un montador de cuadros de pintura y caligrafía. Se crió en un ambiente de pintores, calígrafos y bellos objetos artísticos. A los 12 años fue enviada a estudiar con un maestro que, a su vez, era discípulo del poeta Bashô, con el objetivo de que siguiera al frente del negocio familiar. Desde muy joven empezó a ser muy conocida, tanto por su poesía como por su belleza.

Tras la muerte de sus padres, como estaba previsto, continuó con la empresa familiar. Lo hizo hasta los cincuenta años. Se casó y tuvo hijos. A los cincuenta dejó la actividad laboral para consagrase en exclusiva a la poesía. Un año después fue consagrada como monja budista, aunque no se recluyó en un convento.

Su estilo literario carece de artificios y ornamentos. La poesía, para Chiyo-ni, enseña el arte de vivir. La vía espiritual y la poética se confunden.

He realizado una versión de sus poemas traduciendo a su vez una versión francesa. Me he permitido abundantes licencias con el único objetivo  de intentar ser fiel al espíritu del poema, no a su letra, si es que ello es posible. He leído muchas traducciones de haikús y la mayoría no me han gustado. Estas lamentables traducciones, escritas en un castellano ilegible y deleznable, publicadas sin el más mínimo rigor ni rubor, han estado a punto de arruinar mi predilección por este tipo de poemas. No basta saber japonés para traducir a los poetas japoneses. También hay que saber castellano.


Los años que pasan
las cosas que nos irritan
también son agua que corre.


Velada, desvelada
montaña tras montaña
primera bruma del año.


La lluvia de primavera
todo lo embellece.


En la carretera
la lluvia de hoy
semilla de manantial.



Permanezco adherida
a mi sombrero de bambú
hasta que se vuelva mariposa.


Hierbas jóvenes
entre cada hebra
brilla el agua.


Sobre las hierbas jóvenes
potros recostados
esplendor.


Mañana y tarde
las gotas de rocío
hinchan los primeros brotes.


Enmarañado
desenmarañado
por el viento
¡ah! el sauce llorón.


El ruiseñor canta
y vuelve a cantar.


Después de galopar
los caballos olfatean sus patas.
¡Ah! las violetas.


En el altar de Buda
las violetas
inclinan la cabeza.


Deseo de mujer
profundamente enraizado
las violetas.


Del pasado olvidado
me vuelve el recuerdo
de las ciervas en primavera.


La marmita cubierta de hollín
vergonzosa
entre las lilas.


El cuco
la página en blanco
soledad.


El sonido de la campana
inmóvil en el cielo
al atardecer.
Los cerezos en flor.