lunes, 22 de julio de 2019

Taneda Santôka, el poeta vagabundo


A mi querido Ryokan se ha sumado estos días otro monje zen vagabundo y poeta, Taneda Santôka. He pasado buena parte de la tarde leyendo y traduciendo sus poemas del francés. Una vez más, la traducción disponible en castellano es horripilante. Puede que sea muy fiel y textual, pero es ilegible.

Un traductor debe arriesgarse, porque lo que debe transmitir su trabajo no es tanto la letra como el espíritu y, además, debe hacerlo con buena letra, es decir, en un, al menos, correcto castellano.

Taneda Santôka nació en 1882 y murió en 1940. Es conocido por sus haikús de métrica libre, algo que los críticos puristas de la poesía (sobre todo españoles) no admiten de ninguna manera.

Su madre se suicidó siendo él un niño. Realiza estudios literarios, a menudo interrumpidos por sus depresiones. Se refugia en el alcohol. Es recogido en un monasterio budista zen, donde encuentra alguna paz.

Fue ordenado monje, en la secta Soto, a los 42 años. Tras una corta estancia en un monasterio se dedicó a viajar a pie y a la mendicidad. Su túnica de sacerdote, un gran sombrero para protegerse del sol, un plato para comer y recibir limosnas, además de unas gafas, fueron sus principales pertenencias.

La muerte, la soledad, la pobreza, el alcohol y la decadencia fueron sus temas principales.

Fue muy aficionado al sake. Murió a los 57 años.

Haikus de Santôka

Feliz
de estar vivo
dibujo en el agua.

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El ruido incesante de las olas,
mi aldea natal,
tan lejos.

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Y ahora
¿a dónde ir?
el viento sopla.

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Una piedra como almohada
acompaño
a las nubes.

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Todo el día callado,
el ruido de las olas.

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Mendigando
acepto
el sol ardiente.

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El cubo
lleno de agua,
suficiente para hoy.

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Por la mañana,
mojado de rocío
voy por donde quiero.

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Solo
mirando a la luna
que se esconde
tras las montañas.

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En silencio
pongo mis sandalias
sobre la paja.

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Extiendo mis piernas:
aún es de día.

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Viento primaveral,
un pequeño cuenco
de mendigar.

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Recoger kakis.
comer kakis,
todo a la vez.

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Sol, ella bala.
Nubes, ella bala.
Esta cabra…

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Después de una siesta,
allá donde miro,
montañas.

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Bello camino
que lleva a un edificio:
¡un crematorio!

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¡Oh! ese piojo
que he atrapado,
¡qué caliente está!

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Todo el día en la montaña,
las hormigas también caminan.

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Muy mojada
esta piedra
indica el camino.

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Llueve
estoy empapado
camino.
Es así.

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Una parte basta:
lavo el arroz.

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¡Vamos! Hagamos sonar
la gran campana del templo.

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Mendigo, camino en solitario:
a mi alrededor,
el ruido del agua.

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Tras la ducha nocturna
voy al campo de tomates
para comer.

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No hay otro camino.
Ando solo.

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