Iglesia de San Martín, Biarritz
23.11.07
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Biarritz. Iglesia de San Martín, la más antigua de la villa, gótica del XIII. Acaba de lloviznar, pasan lentos nubarrones. Un paseo por el cementerio.
Las flores marchitas de los crisantemos se mantienen sobre los tallos desafiando las inclemencias del otoño; charcos sobre los senderos de tierra. Viejos panteones, losas de granito en el suelo, forjados herrumbrosos y muchas inscripciones en inglés.
Varias sepulturas de niños. Una de ellas está cercada por un forjado de hierro en forma de cuna. Es una desolación el verla, la cuna y la sepultura, tan obscenamente próximas. Se piensa en los padres, en su desconsuelo. Y ya no se quiere pensar más.
En algunas lápidas, abajo, hay una inscripción: Concesión a perpetuidad. “¿Qué querrán decir con esto?”, dice mi acompañante. Medito una respuesta, pero es absurdo, una humorada tal vez.
En el interior de la iglesia se escucha un pitido enervante y sostenido: están afinando el órgano. De lo alto de la bóveda cuelga un barquito de madera. No hay retablo.
Las flores marchitas de los crisantemos se mantienen sobre los tallos desafiando las inclemencias del otoño; charcos sobre los senderos de tierra. Viejos panteones, losas de granito en el suelo, forjados herrumbrosos y muchas inscripciones en inglés.
Varias sepulturas de niños. Una de ellas está cercada por un forjado de hierro en forma de cuna. Es una desolación el verla, la cuna y la sepultura, tan obscenamente próximas. Se piensa en los padres, en su desconsuelo. Y ya no se quiere pensar más.
En algunas lápidas, abajo, hay una inscripción: Concesión a perpetuidad. “¿Qué querrán decir con esto?”, dice mi acompañante. Medito una respuesta, pero es absurdo, una humorada tal vez.
En el interior de la iglesia se escucha un pitido enervante y sostenido: están afinando el órgano. De lo alto de la bóveda cuelga un barquito de madera. No hay retablo.
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