Está a punto de darme un ataque. No es el primer niño al que escucho gritar de ese modo pero nunca antes lo había sufrido en un lugar cerrado. Obviamente, no es la primera vez, ni mucho menos, que el niño grita de esta forma.
Por mi mente pasa una idea anticuada y represora: si a esta criatura le hubiesen dado una bofetada (o al menos, regañado seriamente) la primera vez que chilló como un supliciado probablemente sería la última vez que chillase.
Pero, claro, eso era antes. Ahora te pueden mandar a la cárcel por algo semejante. “Para que te sirva de escarmiento”, le dice el padre, en voz bajita. Me ha costado dos días quitarme esos chillidos de la cabeza.
¡Vayaaa! ¡Menos mal! Menos mal que tengo un 'correligionario' en la filosofía de la bofetada a tiempo. Estamos alcanzando unas cotas pavorosas de estupidez. Claro que esto no es sino el resultado final de unos sistemas 'educativos' no menos pavorosos.
ResponderEliminarSi yo te contara...
Me da la impresión de que el desastre educativo que tenemos está a la altura de la situación económica. Más o menos.
ResponderEliminarNunca jamás una bofetada es educativa y siempre es a destiempo, pero a veces es más cómodo reprimir que educar.
ResponderEliminarEn general estoy de acuerdo, pero hay casos y casos.
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