jueves, 12 de febrero de 2009

Pedagogía antigua

En las duchas de la piscina, un niño de unos diez años, acompañado de su padre, se pone a jugar con la llave del agua y, cuando aprieta el mando, se escalda por un segundo. El chaval profiere unos gritos prolongados, agudísimos, escalofriantes, que se me introducen en el sistema nervioso y alcanzan hasta la última de mis neuronas.

Está a punto de darme un ataque. No es el primer niño al que escucho gritar de ese modo pero nunca antes lo había sufrido en un lugar cerrado. Obviamente, no es la primera vez, ni mucho menos, que el niño grita de esta forma.

Por mi mente pasa una idea anticuada y represora: si a esta criatura le hubiesen dado una bofetada (o al menos, regañado seriamente) la primera vez que chilló como un supliciado probablemente sería la última vez que chillase.

Pero, claro, eso era antes. Ahora te pueden mandar a la cárcel por algo semejante. “Para que te sirva de escarmiento”, le dice el padre, en voz bajita. Me ha costado dos días quitarme esos chillidos de la cabeza.


4 comentarios:

  1. ¡Vayaaa! ¡Menos mal! Menos mal que tengo un 'correligionario' en la filosofía de la bofetada a tiempo. Estamos alcanzando unas cotas pavorosas de estupidez. Claro que esto no es sino el resultado final de unos sistemas 'educativos' no menos pavorosos.

    Si yo te contara...

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  2. Me da la impresión de que el desastre educativo que tenemos está a la altura de la situación económica. Más o menos.

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  3. Nunca jamás una bofetada es educativa y siempre es a destiempo, pero a veces es más cómodo reprimir que educar.

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  4. En general estoy de acuerdo, pero hay casos y casos.

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