Las vistas sobre Málaga y el Mediterráneo son muy hermosas pero las pendientes que es necesario salvar para alcanzar los 130 metros de altura a los que está situada esta fortificación hacen que uno recapacite sobre si no hubiera sido mejor coger el autobús.
El castillo fue construido -sobre los terrenos donde había un faro fenicio- por el rey nazarí Yusuf I, en 1340, con la finalidad de proteger la alcazaba malagueña situada unos metros abajo.
Ciento cincuenta años después, tras un verano de asedio, cayó en manos de los Reyes Católicos.
Desde entonces y hasta que Alfonso XIII lo cedió a la ciudad, ha tenido un continuado uso castrense. Su interior padeció la invasión de las tropas napoleónicas que se entretuvieron en arrasarlo antes de huir.
La fortificación dispone de los elementos habituales en la arquitectura militar de Al Andalus: gran torre albarrana, muralla defensiva que la rodea, almenas, garitas, aljibes, y puerta de acceso en recodo. En el polvorín se ha instalado un centro de interpretación. Como elementos modernos dispone de servicios y de un bar con terraza.
Pequeñas y esparcidas zonas ajardinadas, con cuidadas plantaciones de árboles y arbustos le dan un aire muy ameno a todo el recinto. Sus paseos interiores y escaleras se ven concurridos a todas horas por turistas que suben y bajan con gran entusiasmo.
Entre la alcazaba y el castillo discurre un camino en zigzag y fortificado denominado la coracha que se usó siempre para trasladarse de un lugar al otro pero que en la actualidad, lamentablemente, no está permitido el acceso.
La bajada a la ciudad, atravesando un conjunto de miradores y de senderos ajardinados, resulta algo más placentera que la subida aunque esto, como todo, va en gustos.
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