En setiembre de 1837, en plena guerra carlista, el escritor francés
Henry Beyle, alias Stendhal, hizo una visita rápida a Barcelona, movido por su
insaciable curiosidad, pues estaba en Perpignan y no quiso desaprovechar la
ocasión. “Acabo de hacer una imprudencia incorregible” escribe en su diario al
poco de iniciar esta visita.
El relato del viaje se encuentra al final del segundo volumen de su
libro Memorias de un turista, pero yo
lo recojo de una antología de Viajes por
España que editó en los setenta Alianza, seleccionada por José García
Mercadal.
Tras algunas peripecias motivadas por la guerra civil, Stendhal llega a
Barcelona. Se pasea por la Rambla, que le encanta, y luego se dedica a realizar
algunas observaciones de carácter político e ideológico. Hay que recordar que
no ha pasado tanto tiempo desde que las tropas napoleónicas arrasaron España
para, posteriormente, salir a la carrera. Tras anotar diversas observaciones
relativos a lo que observa en la calle Beyle se centra en los catalanes.
“Es necesario –escribe- que el español de Granada, de Málaga o de La
Coruña, no compre las telas de algodón inglesas, que son excelentes y que
cuestan a un franco la vara, por ejemplo, y que se sirva de las telas de
algodón catalanas, muy inferiores, y que cuestan tres francos la vara. A parte
de eso –añade- estas gentes (los catalanes) son republicanas en el fondo y
admiran mucho a Juan Jacobo Rousseau y el Contrato social; pretenden amar lo
que es útil a todos (1) y detestar
las injusticias que aprovechan al menor número, es decir, que detestan los
privilegios de la nobleza que ellos no
tienen, y que quieren continuar gozando de los privilegios del comercio,
que su turbulencia había arrancado en otro tiempo a la monarquía absoluta. Los
catalanes son liberales como el poeta Alfieri, que era conde y aborrecía a los
reyes, pero miraba como sagrados los privilegios de los condes.”
Más adelante, declara su admiración por los españoles, pues, en su
opinión el español “es un tipo; no es
copia de nadie. Será el último tipo
que exista en Europa.”
Me parece también curiosa esta opinión que Stendhal pone en boca de uno
de sus interlocutores nacionales durante el viaje: “El pueblo español, en el
fondo, no tiene entusiasmo ni por el gobierno de las dos Cámaras (en alusión al
liberalismo), ni por don Carlos; no quiero presentar otra prueba de ellos que
la expedición de Gómez, que, con cuatro mil pobres hombres, ha atravesado toda
España, de Cádiz a Vitoria. Si España hubiera sido liberal, Gómez hubiera sido
aplastado, si España hubiera amado a don Carlos, Gómez hubiese reunido a cien
mil hombres.”
Los catalanes y sus privilegios. Los españoles y su apatía política.
(1) Las cursivas son siempre de Beyle.
Nunca se pondera lo suficiente el privilegio de los empresarios catalanes que merced a unos aranceles indebidos pueden gozar de la reserva del mercado interior, detraer rentas del resto de España y después acumular un capital con el que se financia el nacionalismo catalán.
ResponderEliminarSeguramente los empresarios cerealisticos de Castilla eran partidarios del librecambismo, pero se sacrificaron por el bien de España y aceptaron la prohibición de importar cereales durante todo el siglo XIX aunque ocasionaran repetidas crisis de escasez y hambre entre la poblacion más necesitada. ¿verdad?
ResponderEliminarla insistencia en el proteccionismo a la industria algodonera, es solo la pataleta y el resentimiento histórico de la España atrasada historicamente hasta hace bien poco.
Todos los paises que se han desarrrollado industrialmente lo han hecho sobre la base de un proteccionismo inteligente, Inglaterra la primera y el resto también.
Es muy facil biuscar las responsabilidades del fracaso industrial español en el enemigo interno catalan, tal vez de vez en cuando sea conveniente una introspeccion. Pero me parece que es mucho pedir.