Debo confesar que nunca he tenido simpatía por el señor Grass (siempre lo he tenido por un pelmazo) y que jamás he conseguido leer nada suyo más allá de la décima página. He leído el poemilla en cuestión y no le encuentro nada de particular, ni en la forma (es confuso como tantos poemas) ni en el contenido. Pone a un nivel parecido a una repugnante dictadura clerical como la iraní y a una democracia liberal como la israelí. Es lo habitual entre la progresía. No le veo nada sorprendente.
Israel le ha declarado persona non grata. Qué más quiere el bardo. No parece previsible que vaya a afectarle mucho semejante medida y, por descontado, le proporciona una publicidad impagable. A lo mejor si Grass, en lugar de un poema hubiera escrito un artículo no se hubiera montado la escandalera. Occidente cree que lo dicho en un poema contiene una carga moral mayor que lo dicho en un artículo. Ingenuidad evangélica adobada en cursilería.
Un ataque preventivo por parte de Israel no veo que pueda implicar el exterminio del pueblo iraní, tal y como asegura Grass, recargando las tintas como corresponde a su condición de bate progre. Dice también que Israel pone en peligro la paz mundial. El señor Grass está en su derecho a decir lo que estime oportuno. A qué tanto escándalo. Todos los días y a todas horas estamos leyendo y escuchando majaderías similares. Ya deberíamos estar acostumbrados.
El poema, como no podía ser menos, termina con el consabido matiz de buenismo, el consabido llamamiento al diálogo, a la negociación y el resto, como si hasta ahora no se hubiese producido nada de esto, como si la diplomacia mundial estuviese esperando los paternales consejos que imparte el señor Grass para ponerse en marcha.
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