La legendaria cueva de Zugarramurdi

Hace unos 400 años tuvo lugar en Logroño un proceso inquisitorial en el que se vieron involucrados 300 vecinos de Zugarramurdi. Se les acusaba de brujería, metamorfosis, provocar tempestades en el mar, maleficios contra el campo, contra los animales, contra las personas y, por si ello no fuera suficiente, de vampirismo y necrofagia, además de adorar al diablo y celebrar misas negras.



En aquella época, cada cierto tiempo, se desencadenaba una ola de pánico brujeril en el País Vasco en general y en el norte de Navarra en particular. Las autoridades pertinentes enviaron al inquisidor Juan del Valle Alvarado para que realizara una inspección. El comisionado pasó varios meses en Zugarramurdi, donde recogió muchas denuncias que implicaron a la mitad de la población. Cuarenta vecinos fueron llevadas presos a Logroño.

Parece que uno de los denunciantes más activos fue fray León de Aranibar, abad del monasterio de San Salvador, situado en la vecina Urdax. Durante muchos años los vecinos de la zona dependían de este monasterio. Las relaciones entre ambos no eran buenas sucediéndose numerosos pleitos.

Once personas fueron enviadas a la hoguera, aunque cinco sólo en efigie dado que habían fallecido en prisión. Dieciocho fueron absueltas y al resto se les aplicaron severas penas. Entre los condenados a muerte, además de la reina y el rey de los akelarres, figuraban también el verdugo que ejecutaba las penas que dictaba el diablo, una maestra en el arte de la brujería, un txistulari y uno que tocaba el tambor.


Antes de la boca de acceso hay otras dos cuevas, pequeñas y angostas y un prado donde se celebraban los akelarres.

Hay dos galerías altas que van a desembocar a la cueva principal.

La cueva donde se celebrabran los akelarres, abierta al público previo pago de 4,5 euros, es un gran túnel de origen cárstico originado por el arroyo que lo atraviesa a lo largo de 120 metros. Se denomina arroyo del Infierno.

Las cuevas han sido dotadas de una discreta iluminación que produce un ambiente muy a tono con el escenario. Hay también paneles explicativos.

Merece la pena efectuar el recorrido exterior de la cueva, acondicionado con un puente y unas escaleras de madera. Se llega hasta un mirador desde el que se contemplan excelentes vistas sobre la villa y los montes de alrededor.

En el camino hacia las cuevas, a mano derecha, se ha acondicionado un museo de la brujería que no visitamos porque ya se nos había acabado el presupuesto.

Pío Baroja se ocupa de las brujas de Zugarramurdi en su novela La dama deUstáriz. También su sobrino, el antropólogo Julio Caro Baroja, dedicó muchas páginas a este tema.