sábado, 17 de noviembre de 2012

La libertad y los perros

Esta mañana, cuando paseaba con mi perrillo por la bahía de Hendaya, se nos ha venido encima un gran pastor alemán que andaba suelto. Me he visto obligado a coger en brazos a mi perro y he pasado no poca zozobra cuando el pastor alemán nos seguía y mi perro se ha puesto a gruñir. Al cruzarnos con el dueño le he dicho que debía llevar atado a su perro. Respuesta: “Si no estás a gusto aquí vete a España.” Que esto me lo diga un español como era él tiene bemoles. En especial si se tiene en cuenta que aquí, en Francia, la gente es bastante cuidadosa con sus perros y, por regla general, los lleva atados.

Este hombre se me hacía conocido y, al cabo, he recordado la razón. Hace cosa de un año, cuando yo paseaba frente a la isla de los Faisanes, en la parte francesa, asistí a la siguiente escena. El hombre en cuestión paseaba con su pastor alemán, que entonces era un cachorro de tres o cuatro meses, cuando pasaron dos poligoneras francesas con sendos perros sueltos. Eran lo que se denomina perros de presa –no recuerdo la raza- no muy grandes pero fuertes y musculosos.

Los molosos se pusieron a jugar con el cachorro y el dueño se puso nervioso e increpó a las propietarias de los perros, exigiendo que los ataran. Estas, por toda respuesta, se mofaron de él. Recuerdo que yo, que pasaba por allí, me solidaricé con el hombre y así se lo comenté.

Hete aquí que ahora el dueño del pastor alemán también lo lleva suelto a todas partes y, ante mi queja, contesta con grosería y prepotencia. A  mí esta actitud me parece muy española. Muchos españoles, demasiados españoles, no quieren entender que la libertad propia termina donde empieza la ajena. Este respeto es lo primero que debería enseñarse a los niños en el colegio. Y hasta que no se consiga meterle esta idea en la cabeza a los españoles en España habrá poco que hacer desde el punto de vista de la libertad y la convivencia.


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