
Ha entrado el invierno y, como las ovejas, me retiro de las zonas altas del interior para refugiarme durante mis paseos en las colinas de la costa. Los días son cortos. No quiero perder el tiempo viajando en coche.
San Sebastián al fondo durante la subida
Salgo con
ganas pero con más prudencia de la habitual. La mañana es fría y luminosa. Me
muevo sin prisas, como de costumbre, y algo renqueante, también como de
costumbre, debo precisar. El camino asciende suavemente flanqueado por
árboles que ya casi han perdido las hojas. A mano izquierda dejo una coqueta
chabola levantada dentro de los muros de un antiguo caserío.
Media hora
después alcanzo la encrucijada donde se ubica el dolmen de Pozontarri. Forma un
pequeño abultamiento en la ladera y las piedras están derruidas. De no ser por la señalización pasaría desapercibido. Mi objetivo es
visitar el cementerio prehistórico de Mulisko y, al final, para ponerme un poco
a prueba, me decanto por subir primero, a través del cortafuegos, hasta el
Onddi (527 m.)
El dolmen de Pozantorri
La cuesta
resulta más exigente de lo que parecía. Después de unas cuantas paradas llego a
la cima con el corazón acelerado. Cinco minutos después aparece un montañero y
charlamos un rato. Viene del vecino Adarra y conoce bien la zona. Dos o tres
días a la semana se da una vuelta para mantenerse en forma. De vez en cuando se
acerca hasta Pirineos, con un grupo de jóvenes, y les mantiene el paso sin
problemas.
-No les digo
que entreno por aquí.
Camino del Onddi, la sierra del Ernio al fondo
Cuando nos
despedimos me pongo a buscar el camino que desciende hasta el cementerio. La
pendiente es importante. Veinte minutos más tarde aparece el lugar que busco.
Cuando lo veo no puedo evitar una exclamación de sorpresa. Había oído hablar de
este lugar pero no imaginaba algo tan impresionante. A primera vista se trata
de un conjunto de piedras horizontales y verticales enclavadas sobre un
promontorio. El cementerio se compone de cuatro cromlecha, una cista, un monolito y dos
estructuras menos definidas. Los arqueólogos lo datan en la Edad del Hierro. La
parte más antigua tendría unos 2600 años.
Una vez que he satisfecho mi curiosidad y he merodeado por el lugar, me alejo unos metros y lo contemplo en la distancia. Hay un silencio que parece emanar de las propias piedras. Son ellas las que le dan al lugar un misterio lleno de interrogantes. En estos lugares siempre imagino la vida de aquellos pastores inmersos en estas montañas. Pero estamos tan lejos de todo aquello que es difícil hacerse una idea cabal.

En la actualidad la zona, como tantas otras de Guipúzcoa, está repoblada con pinos. La silueta del Adarra se impone alrededor. Más allá, por el cordal que conduce hasta Arano, hay otros muchos y variados enterramientos.
No deja de
ser curioso que tres mil años más tarde algunos -pocos- andemos de aquí para
allá para
contemplar por un rato estos lugares tan peculiares y misteriosos.
contemplar por un rato estos lugares tan peculiares y misteriosos.
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