viernes, 23 de junio de 2017

Sollozos

La Ciudadela fortificada de Pamplona. A la izquierda, el edificio Singular. Al fondo, el San Cristóbal.


En mi juventud he paseado mucho las calles del casco antiguo de Pamplona. Siempre me han gustado. En los últimos años vuelvo esporádicamente. Creo que ahora aún me gustan más, pese a que se han turistificado mucho. En general encuentro muy agradable y cuidada la ciudad, en especial sus parques –la Ciudadela, la Taconera, los paseos.

Hace unos días visité la catedral, que no conocía. Creo que la desmesura de la fachada neoclásica siempre me ha retraído de entrar. Sin embargo, el resto del edificio es gótico, con mucha unidad en el estilo. Luego, a primera hora de la tarde, deambulo un rato por los alrededores del Ayuntamiento.

Veo a dos mujeres. Una de ellas le grita a la otra; luego se da media vuelta y la abandona. La otra da unos pasos en la dirección contraria, pegada a los edificios, y empieza a sollozar. Es una mujer madura, bien arreglada, pero hay en ella algo infantil, quizá el peinado, quizá su vestido rosa. Su llanto también es infantil. Produce una gran sensación de desamparo. Dan ganas de retroceder y consolarla, abrazarla como si fuera una chiquilla perdida. ¿Por qué nos hacemos tanto daño los unos a los otros? ¿Qué necesidad hay de ello?, me iba preguntando mientras me alejaba.

La plaza del Castillo