Se trata de un
diario en forma de notas o apuntes. Han cabido muchas cosas, principalmente
sobre mi vida cotidiana, que ha transcurrido en la localidad
francesa de Hendaya, donde vivo desde hace 18 años.
También me he centrado en mis
lecturas, algunos pocos viajes, los paseos que doy cada día allá donde esté,
algunas escapadas a la naturaleza, unas pocas películas y también reflexiones o
glosas motivadas principalmente por la lectura de la prensa, a la que confieso
mi adicción, quizá por mi formación periodística. Uno ha
crecido entre periódicos –mi padre también fue periodista- oliendo a tinta y
papel impreso.
Como
escritor, y como persona, yo concedo mucha importancia a la naturaleza y a los
pequeños detalles de la vida. Para mí un paseo tiene más sentido como práctica
contemplativa que como ejercicio físico.
He escrito estos apuntes por pura y simple afición.
Escribo lo que me gusta leer. Y lo que más me gusta leer –al margen de unas
pocas novelas, libros de historia y algunos ensayos- es este tipo de libros: los
diarios, las cartas, las biografías, las autobiografías, los epigramas, las citas,
algunos poemas… Amo los fragmentos. Cada vez más. En la vida toda nuestra
percepción es fragmentaria. Las cosas las vemos a pequeños trozos, nuestra
mente salta continuamente de una idea a otra, va y viene. Si nuestra visión no
fuera fragmentaria, si pudiéramos ver el Todo, quién sabe si no nos moriríamos
del susto.
Y los libros. Siempre libros. Por aquí asoman los
escritores que he frecuentado en estos años: el anónimo autor de esa delicia que
se llama El lazarillo de Tormes, Antonio Machado, Miguel Delibes, Josep Pla,
Pío Baroja, Azorín, el gran ensayista y pintor Ramón Gaya (del que tanto he
aprendido, el hombre que me enseñó a amar a Velázquez), Tobías Wolf (casi desconocido
aquí), el señor Paul Leautaud (cuyo Diario, por fin, después de décadas, se ha
editado en España. Una joya), Manuel Cháves Nogales (la tercera España, la
España que será o ya no habrá más España), el gran Fernando Pessoa y mi
heterónimo favorito, Alberto Caeiro, el poeta de El Guardador de rebaños, ese poemario
que es una metafísica.
El gran Ramiro Pinilla, uno de los grandes a quien el
nacionalismo hegemónico le gustaría cubrir con una buena capa de olvido; el
donostiarra Julio Villar, caminante y escritor, autor de dos libros
maravillosos: Eh petrel y Viaje a pie. En fin, docenas de nombres.
Y tras la pasión por los libros, las peregrinaciones
literarias. Don Antonio Machado en su pensión de Segovia, donde vivió trece
años –y donde conoció a Pilar de Valderrama, Guiomar, su desdichado gran amor.
Peregrinación a Ronda, Málaga -qué lugar tan bello-, en
cuyo hotel Reina Victoria, residió una temporada invernal el gran poeta en
lengua alemana Rainer María Rilke. Aún se conservan recuerdos suyos en una de las
habitaciones.
Peregrinación a Torremolinos, también Málaga, donde pasó
unas semanas el austríaco Thomas Bernhard, poco antes de morir, en el hotel La
Barracuda, un tres estrellas, plagado de familias de clase media, a unos metros
de la playa de Los Pacos. No hay rastro de la estancia del autor de Maestros
antiguos. Quién hubiera imaginado al escritor más subversivo del siglo XX en un
lugar semejante.
Peregrinación a Urt, aquí al lado, a 15 kilómetros de
Bayona. En este pueblo, a orillas del Adour, tenían casa los Barthes, y en ella
pasaba sus vacaciones Roland, el autor de El grado cero de la escritura, un
escritor cuyos textos cortos, me apasionan.
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Las veinte primeras páginas están
disponibles de forma gratuita aquí.
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