En una cadena de televisión francesa veo un concierto
reciente –a juzgar por las arrugas de los músicos- de los Rolling Stones. La
diferencia de edad entre ellos y los que bailan entre el público es abrumadora.
Jagger, que ya no va a cumplir los setenta, aunque conserva un cuerpo de
adolescente, va y viene, sube y baja, no para un segundo. Admirable. Richards,
que es un año mayor, con sus posturitas y sus consabidas ropas horteras es el que
más chirría, como de costumbre. En esta ocasión lleva una ancha cinta coloreada
en el pelo que me recuerda la que se ponen las señoras burguesas de edad cuando
bajan a la playa.
En estas descubro que se trata del concierto que dieron
los Stones en Cuba el año pasado. El escenario grandioso, la luminotecnia espectacular
y pantallas de video gigantes y trepidantes. Ya se nota que la factura la
pagaba Obama.
Hay una multitud. El concierto era gratuito,
naturalmente. ¿Cuántos meses necesitaría trabajar un cubano para pagarse una entrada estándar? Al público se le ve feliz, con caras de no terminar de creérselo.
En una breve alocución Jagger suelta que los tiempos están cambiando en Cuba. ¿No
es cierto?, dice. Pues va a ser que no, Morritos Jagger.