domingo, 4 de febrero de 2018

"Que se suiciden los antinatalistas"

Un carcamal arcaizante, escritor con tribuna en un importante semanario, nos regala la primera entrega de “Antinatalistas”, un artículo en que se dedica a atacar a los jóvenes que hace unos días expusieron sus ideas contra la natalidad en un reportaje publicado en un diario nacional. Estos antinatalistas han renunciado a tener hijos porque consideran que en la vida hay demasiado dolor, demasiadas injusticias y, supongo, demasiada gente.

A nuestro combativo articulista, estos antinatalistas le han producido una irritación notable, como si él mismo fuera uno de esos reproductores –que proliferaron en el siglo pasado- que tenía una docena de hijos como quien mea. Que yo sepa sólo tiene uno, pero a lo mejor tiene más y lo ignoro. Tanto da.

Según nuestro chestertoniano de guardia, lo que deben hacer estos antinatalistas –a los que pone a parir- es abstenerse de follar, una vieja idea catolicona que relaciona “la lujuria” con la reproducción. Siguiendo sus propios consejos cabe deducir que nuestro intelectual sólo ha follado una vez en su vida –tal vez dos, tal vez tres- habida cuenta de que sólo tiene un heredero.

Pero antes de recomendarles el voto perpetuo de castidad, el autor les sugiere, casi les conmina, a que se suiciden. Caridad fraterna se llama a esa figura. Al hombre le indigna que esta gente poco dada a la reproducción disfrute de la vida y de sus placeres. Con qué derecho lo hacen si no cumplen la sagrada misión de traer niños al saturado mundo. Menuda desfachatez.

Y, además, qué vergüenza, querrán cobrar sus pensiones. Y la cosa no acaba ahí: también querrán que cuando sean viejos “les limpien el culo” en alguna residencia o geriátrico. Cosas de este calibre eyaculan de la pluma de nuestro escritor tridentino.


Está indignado nuestro avisado autor. Tal es así que amenaza con regalarnos otro artículo sobre el mismo tema la semana próxima. Ya se ve que nuestro hombre ha encontrado en este filón retrocatólico la gallina de los huevos de oro, una gallina que se cría en países como el nuestro, machacados durante siglos por el integrismo religioso más fanático y totalitario.