Esta mañana, mientras sacaba a mi viejo perrillo, he visto a otro perro, de buen tamaño, que andaba de aquí para allá, sin rumbo, como suelen hacerlo los perros perdidos o abandonados. Al vernos, el animal ha huido sin siquiera aproximarse. Un poco más abajo, al cruzar la carretera, un gato blanco también la ha cruzado, pero en sentido contrario. El gato nos ha estado observando subido en un pequeño promontorio, antes de desaparecer.
De vuelta a casa he visto cómo, en el descampado próximo, el gato blanco perseguía y ahuyentaba al pobre perro perdido o abandonado, probablemente por considerar que estaba invadiendo su territorio. He tenido una sensación extraña, como si de repente el mundo se hubiera vuelto loco y todo estuviera al revés. Por un momento he temido que fuera una premonición de mal augurio.
La visión de los perros abandonados es una de las imágenes más tristes que pueden contemplarse. El perro, a diferencia del gato, confía en los humanos, se vuelca afectivamente con ellos, y cuando estos le fallan, lo que sucede con frecuencia, apenas puede comprenderlo y se transtorna mucho. El gato, por el contrario, es mucho más independiente y su confianza en los humanos, afortunadamente para él, es muy limitada.
El perro, tres veces de mayor tamaño que el gato, ha huido despavorido. Pero no, no ha habido ninguna “inversión de los valores”. Me ha tranquilizado ver que la calle estaba llena de deposiciones de perros y que los escombros que un desaprensivo ha dejado junto al contenedor continúan sin ser retirados. Todo sigue como de costumbre.
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