Hay que tener poca clase para andar buscando siempre chivos expiatorios. Lo que está pasando con el futbolista Alvaro Morata me produce espanto, y elogio la decisión del entrenador Luis Enrique de mantenerlo en su puesto. Sin embargo, soy un firme partidario de que cada cual asuma sus responsabilidades. Si la selección española de fútbol juega mal, la responsabilidad es de cada jugador, pero, sobre todo, de su director, es decir, el entrenador Luis Enrique.
Soy un aficionado mediocre. Prácticamente el
único fútbol que veo es el de selecciones. Ayer, por ejemplo, disfruté bastante
con el Inglaterra-Escocia, pese a que no hubo goles. Pero los partidos siempre
me parecen demasiado largos. Les vendría bien un recorte de media hora.
Hoy vuelve España. Todavía no he decidido si
veré el partido. Puede que lo vea de refilón, mientras hago alguna otra cosa. No
me gusta aburrirme y el fútbol de la selección me aburre. Mucho.
¿Y por qué me aburre tanto España? Porque
marea la perdiz, algo que ocurre también en la política y en el periodismo.
Dicho de otro modo: al fútbol de la selección le falta profundidad y, sin
profundidad, el fútbol es una lata. En política, por su parte, la profundidad
es la eficacia para resolver los problemas y, en el periodismo, la profundidad
es la objetividad y la independencia.
Y la culpa de estos males no la tiene
Morata, sino el entrenador. Lo mismo que en política la tiene el presidente del
Gobierno y, ¿en el periodismo? Los propietarios de los medios, obviamente.
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