martes, 2 de noviembre de 2021

Cioraniana


La historia de las ideas es la historia del rencor de los solitarios.

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Sólo los espíritus superficiales abordan las ideas con delicadeza.

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El público se precipita hacia los autores llamados “humanos” porque sabe que no tiene nada que temer de ellos; detenidos como él a medio camino, le propondrán un compromiso con lo Imposible, una visión coherente del Caos.

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En los tormentos del intelecto hay una decencia que difícilmente encontraríamos en los del corazón.
El escepticismo es la elegancia de la ansiedad.

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Si creemos tan ingenuamente en las ideas es porque olvidamos que han sido concebidas por mamíferos.

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Petulante, me hundí en lo Absoluto; emergí troglodita.

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¿Alguien emplea continuamente la palabra “vida”? Sabed que es un enfermo.

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Aburrirse es mascar tiempo.

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Don Quijote representa la juventud de una civilización: él se inventaba acontecimientos; nosotros no sabemos cómo escapar a los que nos acosan.

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Pasada la treintena, los acontecimientos deberían interesarnos tanto como a un astrónomo el chismorreo.

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Cuando la plebe adopta un mito, contemos con una masacre o, peor aún, con una nueva religión.

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Sobre un planeta que compone su epitafio, tengamos la suficiente dignidad para comportarnos como cadáveres amables.

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Con certezas el estilo es imposible: la preocupación por la expresión es propia de quienes no pueden dormirse en una fe. A falta de un apoyo sólido se aferran a las palabras --sombras de realidad--, mientras los otros, seguros de sus convicciones, desprecian su apariencia y descansan en el confort de la improvisación.

Emil Cioran, Silogismos de la amargura (1952)

Tusquets editores, Traducción de Rafael Panizo.