En 1931, a los 30 años de edad, Ramón J. Sender publicó esta novela, El Verbo se hizo sexo. Teresa de Jesús. Para entonces Sender, pese a su juventud, ya era un escritor conocido gracias a que había publicado varias novelas además de abundantes colaboraciones en la prensa. La novela, según parece, tuvo bastante éxito, habida cuenta que, ese mismo año, conoció una segunda edición. No es descartable que, buena parte de ese éxito proceda del propio título, entre freudiano, evangélico e irreverente. Sender, con buen criterio, no sólo no volvió a reeditarla sino que tampoco la incluyó en sus Obras Completas, que publicó Destino entre 1976 y 1981. Sin embargo, su interés por Teresa de Jesús le llevó a publicar, en 1967 sus Tres novelas teresianas, de mucho mayor interés que la obra que comento y que ahora ha sido reeditada (Editorial Contraseña), precedida por un prólogo de la escritora punk (?) Cristina Morales.
El Verbo se hizo sexo es un libro verboso, prolijo, disperso y bastante divagatorio. El estilo de Sender aún no está maduro y sufre todavía la excesiva influencia de su admirado Valle-Inclán. En esto se diferencia notablemente de las Tres novelas teresianas, que es una obra mucho más concreta, concisa y personal. Aquí, en el Verbo, tenemos pinceladas sobre la época, la familia, el entorno político y religioso, la decisiva influencia del catolicismo, la irrupción del luteranismo, la Inquisición… Pero todo lo que se refiere al caso Teresa de Jesús, su misticismo, su carácter, sus relaciones personales y místicas está presidido por la confusión, es un galimatías con excesiva tendencia a la elucubración literaria.Hay un momento es el libro, cuando Sender apunta a un posible enamoramiento de la novicia Teresa –durante su estancia en el convento de La Encarnación– hacia la también novicia Andrea, en el que la prosa parece elevarse y el argumento podría dar un giro interesante, aunque novelesco. “Cautivaban a Teresa la gracia juvenil, la espléndida belleza y el donaire de su compañera. A veces, solo podía seguir soportando la angustia del claustro por Andrea, que le daba una categoría brillante, humana y armoniosa.” Teresa contempla a su compañera Andrea en oración y se admira de su belleza y serenidad. “Andrea alegre, sana, bella, disfrutaba de un placer desconocido en ese instante de oración.” “Recordaba que había besado en dos o tres ocasiones a Andrea, ninguna de ellas sin turbación.”
Desconozco si Andrea es un personaje inventado o aparece por algún lado en la obra literaria de Teresa. Pero desde el punto de vista novelesco es quizá el mejor momento de la novela. Sin embargo, una vez apuntado ese “enamoramiento” Andrea desaparece de la escena.
Toda la obra fundadora de Teresa puede tener su origen en esta pulsión secreta. Es claro que, por principio, todos los amores de la santa son platónicos y tan sólo en relación a su enamoramiento de Jesucristo, se produce una relación mística que se expresa en la obra literaria en términos muy próximos a lo erótico cuando no a la sexual. Tal vez un novelista podría permitirse la licencia de dar cuerpo a ese amor idealizado por Andrea, y su repercusión en la fundación de una serie de clausuras donde conviven mujeres de diferentes edades y condición social. Pero, desde luego, no es la vía seguida por Sender, pese al título que preside esta novela fallida.
En el prólogo de Cristina Morales se pretende inscribir a Teresa en un supuesto movimiento literario punk en el que la santa sería “matriz y matriarca”. Formarían parte de “esta noble tradición artística y filosófica del punk “gentes como el Arcipreste de Hita, Quevedo, Samaniego, por citar a los precursores. La lista prosigue con los cuplés, María Jiménez (la cantante), Céline, José María Fonollosa, Roberto Bolaño, etc. A mí, que generacionalmente he asistido al nacimiento de la música punk (en mi opinión excesivamente ruidosa) se me escapa, debido a mi ignorancia sin duda, qué pueda ser esto de la literatura o escritura punk. Habrá que esperar a que Cristina Morales nos ilustre al respecto.