Falta el manto protector y aislante. El manto de hojas de parra.
Así la casa es una tristeza.
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O´Candil. Tomiño. Tasca. Cociña galega. Carta en gallego e inglés.
Me lavo las manos: tinta de un rotulador con fuga. El jabón apesta.
Un cobertizo con aperos de labranza roñosos. La mesa se tambalea. Una banqueta, como de ordeñar vacas, que también se tambalea.
Frío.
Dos jóvenes camareras cubanas, bellas y sensuales, metidas en kilos. Amables pero reticentes. Se lo toman con calma.
En la mesa vecina, un grupo de jóvenes profesionales. Hablan de Alonso y la Fórmula 1.
Un altavoz chirriante emite el último disco de Carlos Nuñez.
A los postres el dueño inspecciona discretamente a la clientela. Prepara la factura: seis rodajitas de pan (las de maiz, acartonadas), 2,75 euros; vino de la casa, sin etiquetar, 12 euros…
Antes se les daba el palo a los giris. Ahora giris somos todos (los de fuera, claro).
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Hipermercado.
Una señora se cae casi encima del carro-cochecito de Mateo. Un ataque epiléptico. El niño se dá un susto de muerte. La hija adolescente de la señora, se pone a dar gritos histéricos. La madre se convulsiona en el suelo. La hija se convulsiona de pie.
Cuando me acerco encuentro a Gema abrazada a la hija intentando calmarla. En ese momento la abuela se pone también a dar gritos. Me acerco para tranquilizarla. Necesita que alguien le haga un poco de caso.
Tres o cuatro personas se agachan para ayudar a la mujer. Un círculo de gente alrededor, observando y pidiendo a gritos un médico. Alboroto.
Saco al niño de ahí. Está pálido.
Gema sigue con la hija.
Cuatro o cinco minutos después aparece la enfermera del hipermercado. Poco a poco todo se calma. La mujer se recupera. Llega una ambulancia y se la llevan.
Veo a la hija y a la abuela, de espaldas, camino de la puerta. Entonces caigo: es la familia que ha entrado justo por delante nuestro.
La hija tiene un culo descomunal, embutido en un pantalón de mallas celeste y trasparente.
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La propietaria de la viña donde cagó Tobías. ¡Qué vibración! Ha retirado la cagada de la víspera. Al vernos descubre al delincuente: yo y mi descuido.
Esa esquinita, pegada a la carretera, también es propiedad privada.
Playa América. Ría de Bayona.
Sol espléndido, brisa fresca, cielo azul. Mucha gente.
Los coches se amontonan en parkins de tierra, junto a las dunas.
El agua fría y limpia.
Hay una guerra solapada por la conquista del centímetro cuadrado de arena.
Una mujer joven, recia, con una rana tatuada en el vientre, a la derecha del ombligo. En el ombligo, un piercing. Habla, de pie, a gritos, por un móvil. Fuma un cigarrillo.
Un poco más allá, bajo una sombrilla naranja, una joven con un bikini blanco, lee despreocupadamente La Razón. Junto a ella, una pamela. La joven, muy atractiva, se recoge una melena castaña con una cinta negra sobre la frente. Pendientes de perla.
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Galicia está llena de carteles. Galicia parece haber descubierto las virtudes de la rotulación. Los bordes de las carreteras, las entradas y salidas de los pueblos están plagadas de paneles publicitarios.
En el pueblo cada dos calles hay un cartel que te informa del concello y del nombre del barrio.
Sin embargo, la rotulación de las carreteras deja bastante que desear.
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Anochecer. Las pequeñas gallinas se ponen a dormir en lo alto del árbol junto a la entrada de la casa. Lo cagan todo.
Fina coge un paraguas negro, se introduce bajo el ramaje y acciona el botón de despliegue. Las aves –el gallo por delante- echan a volar espantadas.
El perro ladra. Pasan sobre su cabeza. Los niños alucinados.
Fina repite tres veces la operación. Quedan remolonas en las ramas altas.
Deben creer que el paraguas es un pájaro grande que las ataca, dice Fina.
Impresionante, dice Teresa.
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Una monja vestida de monja: hábito gris y blanco. Mateo grita: “Mira, una monja…” La monja dejar caer una sonrisa. No creo que M haya visto a una monja en su vida. Salvo por la tele.
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Tarde en La Guardia. Fiestas del Monte. El monte, que vigila las últimas aguas del Miño. Vistas maravillosas. Y un castro espectacular.
Se llamaba Santa Tecla. Ahora, Tegra o Trega. A secas.
Feria benéfica de artesanía. En el puerto. Una comparsa. Disfrazados de presos. Gaitas, panderos, acordeón. La cierra un zancudo.
Se dan una vuelta y regresan por donde han venido. Serios. Sin parar de tocar.
Una adolescente que come un helado me empuja para abrirse paso hasta sus amigas. Luego tira el envoltorio del helado al agua.
En un lateral canta un dúo: guitarra y armónica. El la presenta: “Patricia Mateo, la voz que nunca escucharán en Operación Triunfo”. Tiene una bonita voz.
Nadie les hace caso, salvo un hombre encogido, sentado en una roca, y yo, que espero de pie, en compañía del perro, a la familia. Interpretan un poema.
El hombre encogido y yo aplaudimos. Nos dan las gracias.
Cuando ella se levanta descubro que está embarazada.
Un poeta sonriente toma el relevo. Empieza a leer con mucho desparpajo una de sus composiciones.
Me gusta esta espontaneidad.
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Fotos:
-Comparsa en La Guardia.
-Dunas de playa América.
-Catedral de Tui.