lunes, 11 de febrero de 2008
ELOGIO DE LO CRUDO
Jeff Larson, 1999
Leo en este blog, o tal vez en este otro, sobre restaurantes japoneses. Entonces caigo en que yo, a mi edad, no he pisado jamás un restaurante japonés. Tengo que proponerle a G que vayamos algún día. Ocurre que, a medida que envejezco, me resulta más antipático comer fuera de casa. He llegado a la conclusión, tal vez errónea, de que los únicos restaurantes que merecen la pena son los carísimos, es decir, los que no puedo permitirme. Y aunque pudiera, tengo, por suerte o por desgracia, esa mentalidad puritana y antimoderna de que es indecente gastar el dinero en restaurantes de lujo. Claro que aquí juego con ventaja, porque la cocina de G es excelente. En cualquier caso, debo reconocer que mi vida social es más bien pobre.
Barthes en El Imperio de los signos se ocupa del Japón tras un viaje a este país. Habla mucho de la comida japonesa. Dice Barthes, con ese lenguaje intrincado que a veces me encanta y otras me fastidia, que “lo Crudo es la divinidad tutelar de la comida japonesa: todo le está consagrado”.
La comida nipona –si no he entendido mal- es esencialmente visual. Todo en ella es ornamento. Sobre el plato esta comida es una colección de fragmentos. “Comer no es respetar un menú sino tornar, con un ligero toque de palillos, ya un color, ya otro, a merced de una especie de inspiración.” El comensal sería algo parecido a un pintor frente a su paleta.
Sobre comida me ha fascinado lo que dice E. Jünger en su deslumbrante Eumeswill, que leo estos días con cuentagotas, para que no se me acabe: cada día media hora antes de dormir. Manejo una edición del año 80, de Seix Barral, procedente de la biblioteca de mi padre. En la biblioteca pública no he encontrado esta obra magnífica.
Según Jünger “la fruta fresca regala una alegre serenidad solar. Ningún fuego las ha tocado, salvo el del sol. Al mismo tiempo, sacian la sed con sus jugos, en los que se ha ido filtrando y enriqueciendo el agua”.
Sobre los frutos secos (higos, almendras, nueces) indica que proporcionan fuerza muscular.
Pero antes, el muy longevo Jünger (murió a los 103 años) nos advierte en boca de su personaje el anarca: “Selecciono en la carta con moderación; sólo en el capítulo de frutas llego al despilfarro.”