sábado, 9 de febrero de 2008

EXPIACION

Soy un cinéfilo que apenas va al cine tres o cuatro veces al año. Y, además, debo conformarme con la lotería de la cartelera. Para satisfacer mi afición recurro a la grabación televisiva. La diferencia es la misma que entre los alimentos frescos y los congelados.

Esta película que acabo de ver, Expiación (Joe Wright, 2007), contiene dos películas: una admirable, la primera parte y otra que flojea, la segunda.

La primera mitad se desarrolla en una mansión en la campiña inglesa. Es una delicia cinematográfica cargada de elegancia, ritmo, buen gusto y sensibilidad. La segunda, aún conteniendo algunas de las virtudes de la primera, resulta desconcertante.

¿Cuál puede ser la razón de esto? Tal vez el director ha intentado seguir demasiado la novela original de Ian McEwan. Como no he leído la novela no puedo opinar, pero a la película se le nota demasiado el artificio.

Es el problema que plantea, tanto en el cine como en la literatura, el intentar meter una historia con calzador. La gente, el público, el mercado, quiere que le cuenten historias, con sus elementos tradicionales: planteamiento, nudo y desenlace.

Pero la vida es demasiado compleja para ceñirse a este esquema. Así que las obras chirrían, los guiones hacen agua, la emoción se escurre dejando al espectador/ lector sumido en el desconcierto. Y cuando uno ha terminado de consumir el producto se olvida.

Tal vez la calidad de una obra de arte deba medirse por el rastro que deja en nuestro espíritu. Expiación se ve con placer, con emoción y tiene varios momentos sublimes. No es poco. Los actores están muy bien, en especial los dos protagonistas, Keira Knightley y James Mcavoy. Pero uno se teme que su huella espiritual no va a ser demasido profunda.

Luego está el asunto de la mezquindad. Es posible que la mezquindad, tan presente en los orígenes y en el desarrolllo de esta historia, no sea un buen ingrediente de la ficción. Ya está demasiado presente en la vida cotidiana.