miércoles, 27 de febrero de 2008

Rectifico sobre Beauvoir

Debo rectificar aquí mi afirmación de que en el libro La ceremonia de los adioses, Simone de Beauvoir se tomó un desquite respecto a Sartre. Fue una impresión errónea producto de una lectura sesgada. Bien al contrario. La fidelidad afectiva e intelectual del Castor respecto a Sartre queda patente en esta obra en la que se recogen los últimos diez años de la vida del filósofo.

Es cierto que ella se muestra meticulosa a la hora de describir los diversos y frecuentes achaques que sufre la salud de Sastre debido a su enfermedad vascular, pero no lo hace por venganza o resentimiento sino llevada por su afán de dejar un testimonio de primera mano sobre la más destacada figura intelectual de aquel periodo histórico. Ella es, ante todo, una escritora y una intelectual. Y ella siempre estuvo allí, junto a Sartre, hasta el último momento. El hecho de que cada uno tuviera su propio domicilio y de que acostumbraran a pasar algunos periodos vacacionales alejados no significa, en absoluto, que hubiera entre ellos distanciamiento alguno.

Por el contrario, el afecto que se profesan -pese a que ni sus vidas ni sus respectivas relaciones son convencionales- resulta conmovedor. También lo es la entrega y preocupación, muchas veces maternal, que ella le dedica a su compañero.

El libro tiene momentos casi divertidos. Por ejemplo, tras hacerle un encefalograma se constata que no hay anomalía en el cerebro del enfermo. “Sin embargo, a veces se le escapaban palabras extrañas. Una mañana, al darle la medicina, me dijo:

-Es usted una buena esposa.”

Ella se queda estupefacta: él se ha saltado un tabú -la palabra esposa- con toda ligereza. Hay algo ingénuo en esta actitud que me produce mucha simpatía por el Castor.

En 1973 él pierde la vista. No puede leer ni escribir. Casi no puede trabajar. “Mirándome ansioso y casi avergonzado dijo:

-¿No recobraré nunca la vista?

-Temo que no -le respondí.

Fue tan desgarrador que estuve llorando toda la noche.”

Son varias las declaraciones afectivas que Simone le dedica a lo largo del texto:

En una de sus mejorías, a los 70 años: “Me sentí prendada de la juventud de Sastre, que nuevamente volvía a estar delgado y ágil.”

“Sastre era demasiado orgulloso para sentir vanidad.”

Dos antes de su muerte, relata: “Había muchas mujeres a su alrededor: sus antiguas amigas, las recién llegadas. Me decía en un tono gozoso:

-¡Nunca había estado tan rodeado de mujeres!

No parecía desdichado.”

Al entierro de Sastre asisten 50.000 personas. Ella está destrozada, cae enferma y debe ser hospitalizada durante dos semanas. El libro termina con estas palabras, tan bellas como tristes:

“Su muerte nos separa. Mi muerte no nos unirá. Así es: ya fue hermoso que nuestras vidas hayan podido estar de acuerdo durante tanto tiempo.”

En otro lugar ella había escrito: “Entre dos indivíduos, la armonía no es algo dado: debe conquistarse contínuamente.”

*

Del material que ha pasado por mis manos sobre este tema destacaría la obra Sartre y Beauvoir. La historia de una pareja, de Hazel Rowley (Ed. Lumen, 2006) donde se analiza la relación con una interesante mezcla de rigor y amenidad, muy anglosajana, y bien lejos de las habituales adhesiones o rechazos ideológicos que esta pareja suscita en cuanto se le nombra. Espero referirme a ella más adelante, cuando concluya su lectura.

Estos días he tropezado también con este artículo de Philippe Sollers (cuánto tiempo sin leer a este hombre, alguno de cuyos libros me fascinaron en su momento), en el que reseña el libro de Beauvoir Anne, o cuando prevalece lo espiritual, y también, más abajo en el enlace, el fragmento titulado (Re) lire Beauvoir, en el que la califica como una extraordianria escritora de cartas y recuerda los cariñosos calificativos que usaba en su correspondencia con Sartre.

En este texto me ha llamado al atención las consideraciones que hace sobre lo desagradable de la voz de Beauvoir, que contrastan con testimonios de su juventud que hablan de su bella voz grave.

También este artículo de Ana Nuño.
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