Después de dos horas sumergido en diversos volúmenes relacionados con los vascos y el mar, para un gran reportaje al que me he comprometido, me tomo un descanso en la biblioteca de San Sebastián, es decir, continúo hojeando libros pero dejando la historia a un lado.
Tanteando aquí y allá cae en mis manos una obrita de Yazmina Reza titulada Ninguna parte. Apenas cincuenta páginas en pequeño formato editada por Seix Barral el año pasado.
Sin ser aficionado al teatro –debe hacer unos treinta años que no pongo el pie en uno- leo muy de vez en cuando alguna obra (sobre todo de Bernhard y de Valle-Inclán). El caso es que no he leído ninguna de las piezas teatrales de esta mujer, ni siquiera su famosa Arte, pero sí conozco sus relatos. Y me fascinan.
Digo relatos pero ni siquiera llegan a eso. Son más bien escenas o viñetas casi siempre autobiográficas. Cojo el librito, me dirijo a una de las salas de lectura y lo devoro en apenas una hora.
Tiene dos partes. En la primera las escenas se refieren a la infancia de sus hijos. En la segunda a su propia infancia. Hay un juego de contrastes muy interesante. El libro se abre con escenas muy leves y muy tiernas en las que la madre contempla a su niño camino del colegio y las emociones que ello le suscita: el miedo latente, miedo a cualquier cosa que pueda pasar, incluso miedo al crecimiento. Me estremece, tal vez porque yo también tengo hijos pequeños y también sufro ese miedo.
Yazmina Reza practica una escritura etérea, muy elíptica, que sobrevuela la realidad y que pide, de inmediato, una relectura. La primera lectura de sus textos siempre deja la sensación de no haber comprendido adecuadamente. El caso es que esta segunda o tercera lectura resulta aún más placentera que la anterior. Tiene el don de la sugerencia.
Reza plantea en el texto una cuestión muy interesante sobre la autoría. Dice así: “Yo siempre he escrito como alguien que pertenece a otro, como esa persona que sabe que es mirada. He alegrado lo sombrío y lo he vuelto amable. ¿Se puede escribir como alguien que no supiera que es mirado?”
Yo no me atrevo a contestar a esta prgunta. Supongo que no, no es posible. Al menos desde el momento en que el texto se publica.
En la literatura de hoy el tema de los hijos apenas goza de prestigio. Los autores hablan mucho de sus padres, de sus infancias, pero son muy pocos los que se refieren a los propios hijos y a las emociones que estos suscitan. Es más, hay una tendencia literaria (Fernando Vallejo y otros) que desprecia la procreación, como si los humanos fuéramos algo más que humanos. Está mal visto hablar de los hijos y son muchos los autores que no los tienen. Luego, eso sí, dicen eso tan bonito de que “mis libros son como mis hijos”.
Es una limitación asombrosa pues el amor a los hijos es una de las formas más sublimes del amor. Todo muy significativo de los tiempos que corren.
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Leeré, probablemente, el libro de Yazmina Reza sobre Sarkosy titulado El alba la tarde o la noche. Por los fragmentos que conozco su técnica y estilo me resultan muy atractivos.
En lo que a Sarkosy se refiere tengo poco interés. Su figura se me cayó a los pocos días de ser elegido presidente de la República cuando observé que en todas las fotos aparecía hablando por el movil o jugueteando con él. ¿El presidente de la República no tiene a nadie que se ocupe de sus llamadas?, me preguntaba. ¿De quién espera una llamada tan importante que no puede delegar ni siquiera en una cumbre internacional? La repuesta no se hizo esperar.
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Tanteando aquí y allá cae en mis manos una obrita de Yazmina Reza titulada Ninguna parte. Apenas cincuenta páginas en pequeño formato editada por Seix Barral el año pasado.
Sin ser aficionado al teatro –debe hacer unos treinta años que no pongo el pie en uno- leo muy de vez en cuando alguna obra (sobre todo de Bernhard y de Valle-Inclán). El caso es que no he leído ninguna de las piezas teatrales de esta mujer, ni siquiera su famosa Arte, pero sí conozco sus relatos. Y me fascinan.
Digo relatos pero ni siquiera llegan a eso. Son más bien escenas o viñetas casi siempre autobiográficas. Cojo el librito, me dirijo a una de las salas de lectura y lo devoro en apenas una hora.
Tiene dos partes. En la primera las escenas se refieren a la infancia de sus hijos. En la segunda a su propia infancia. Hay un juego de contrastes muy interesante. El libro se abre con escenas muy leves y muy tiernas en las que la madre contempla a su niño camino del colegio y las emociones que ello le suscita: el miedo latente, miedo a cualquier cosa que pueda pasar, incluso miedo al crecimiento. Me estremece, tal vez porque yo también tengo hijos pequeños y también sufro ese miedo.
Yazmina Reza practica una escritura etérea, muy elíptica, que sobrevuela la realidad y que pide, de inmediato, una relectura. La primera lectura de sus textos siempre deja la sensación de no haber comprendido adecuadamente. El caso es que esta segunda o tercera lectura resulta aún más placentera que la anterior. Tiene el don de la sugerencia.
Reza plantea en el texto una cuestión muy interesante sobre la autoría. Dice así: “Yo siempre he escrito como alguien que pertenece a otro, como esa persona que sabe que es mirada. He alegrado lo sombrío y lo he vuelto amable. ¿Se puede escribir como alguien que no supiera que es mirado?”
Yo no me atrevo a contestar a esta prgunta. Supongo que no, no es posible. Al menos desde el momento en que el texto se publica.
En la literatura de hoy el tema de los hijos apenas goza de prestigio. Los autores hablan mucho de sus padres, de sus infancias, pero son muy pocos los que se refieren a los propios hijos y a las emociones que estos suscitan. Es más, hay una tendencia literaria (Fernando Vallejo y otros) que desprecia la procreación, como si los humanos fuéramos algo más que humanos. Está mal visto hablar de los hijos y son muchos los autores que no los tienen. Luego, eso sí, dicen eso tan bonito de que “mis libros son como mis hijos”.
Es una limitación asombrosa pues el amor a los hijos es una de las formas más sublimes del amor. Todo muy significativo de los tiempos que corren.
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Leeré, probablemente, el libro de Yazmina Reza sobre Sarkosy titulado El alba la tarde o la noche. Por los fragmentos que conozco su técnica y estilo me resultan muy atractivos.
En lo que a Sarkosy se refiere tengo poco interés. Su figura se me cayó a los pocos días de ser elegido presidente de la República cuando observé que en todas las fotos aparecía hablando por el movil o jugueteando con él. ¿El presidente de la República no tiene a nadie que se ocupe de sus llamadas?, me preguntaba. ¿De quién espera una llamada tan importante que no puede delegar ni siquiera en una cumbre internacional? La repuesta no se hizo esperar.
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