Así trata España a sus escritores.
A principio de 1958 Josep Pla se encuentra, en un café de Buenos Aires, con el escritor Ramón Gómez de la Serna y su esposa, la escritora argentina de raza judía Luisa Sofovich. Ramón, como se le conoce, se muestra locuaz. Plá toma nota de todo.
“¡Querido Pla, cuánto tiempo sin verle! Siéntese. ¿Qué quiere usted tomar?... Yo vivo de la nada, en la pura nada. Es la palabra que nos gusta más a los españoles. Todo es nada. Nada. Vivo solitario, rrecluido A veces paso tres semanas sin salir de casa. No quiero ver a nadie… Trabajo por la noche, como siempre. Y de pie, como siempre. En eso soy ya tradicionalista… Cela me ha escrito. Me dice que debo entrar en la Academia. Me ha sorprendido. Yo no sé si debo entrar en la Academia. En la Academia se muere mucho, se muere dentro mucha gente. ¡Lagarto!... Yo no sé dónde moriré. Probablemente aquí. Tengo la absoluta convicción de que no vendrá nadie a mi entierro. Lo que oye usted: nadie. Es decir, vendrá detrás del féretro uno de esos perros que asisten a los entierros que no son concurridos, a los entierros solitarios…”
“Querido Pla, he de comunicarle una noticia. Mis libros no se venden. No se venden nada, cero; lo que le digo, cero. Si supiera usted el número irrisorio de ejemplares que se venden de mis libros, tendría un disgusto y porque usted es un viejo amigo no se lo digo… A mí, en realidad, no se me da el dinero. Es un hecho incuestionable, axiomático, definitivo… Y aquí me tiene usted, hecho un español de cuerpo entero: soy una mezcla de prócer, de mendigo y de pícaro. Es lo que somos todos, en definitiva…”
“Por fortuna pude ir a España hace algunos años y esto se lo debo al Generalísimo. Fuimos muy bien recibidos. Nos dieron los billetes y unas pesetas. Fuimos agasajados. Fuimos a Barcelona y a Madrid. Todo magnífico… Estando en Madrid consideré indispensable darle las gracias a Franco. Alquilé un chaqué, un chaleco, unos pantalones y un sombrero y me presenté en El Pardo, decente. Comprenderá que tenía que hacerlo… Fue una entrevista memorable, de la que guardo un grato recuerdo… Pero observé, en el curso de nuestro viaje, que si los primeros días estuvimos rodeados de gente, a medida que pasaron los días el grupo fue adelgazando. Cuando tomamos el barco en Bilbao, para regresar aquí, nadie nos despidió. Nos marchamos en una soledad total, completa. Todo es nada, amigo Plá. Vivo en la nada, en una nada de proporciones inmensas.”
Y después me fui –termina Pla- “con un estado de ánimo lóbrego, de una pesadumbre difusa y vastísima.”
(La crónica de Destino, 1957-1980)
“¡Querido Pla, cuánto tiempo sin verle! Siéntese. ¿Qué quiere usted tomar?... Yo vivo de la nada, en la pura nada. Es la palabra que nos gusta más a los españoles. Todo es nada. Nada. Vivo solitario, rrecluido A veces paso tres semanas sin salir de casa. No quiero ver a nadie… Trabajo por la noche, como siempre. Y de pie, como siempre. En eso soy ya tradicionalista… Cela me ha escrito. Me dice que debo entrar en la Academia. Me ha sorprendido. Yo no sé si debo entrar en la Academia. En la Academia se muere mucho, se muere dentro mucha gente. ¡Lagarto!... Yo no sé dónde moriré. Probablemente aquí. Tengo la absoluta convicción de que no vendrá nadie a mi entierro. Lo que oye usted: nadie. Es decir, vendrá detrás del féretro uno de esos perros que asisten a los entierros que no son concurridos, a los entierros solitarios…”
“Querido Pla, he de comunicarle una noticia. Mis libros no se venden. No se venden nada, cero; lo que le digo, cero. Si supiera usted el número irrisorio de ejemplares que se venden de mis libros, tendría un disgusto y porque usted es un viejo amigo no se lo digo… A mí, en realidad, no se me da el dinero. Es un hecho incuestionable, axiomático, definitivo… Y aquí me tiene usted, hecho un español de cuerpo entero: soy una mezcla de prócer, de mendigo y de pícaro. Es lo que somos todos, en definitiva…”
“Por fortuna pude ir a España hace algunos años y esto se lo debo al Generalísimo. Fuimos muy bien recibidos. Nos dieron los billetes y unas pesetas. Fuimos agasajados. Fuimos a Barcelona y a Madrid. Todo magnífico… Estando en Madrid consideré indispensable darle las gracias a Franco. Alquilé un chaqué, un chaleco, unos pantalones y un sombrero y me presenté en El Pardo, decente. Comprenderá que tenía que hacerlo… Fue una entrevista memorable, de la que guardo un grato recuerdo… Pero observé, en el curso de nuestro viaje, que si los primeros días estuvimos rodeados de gente, a medida que pasaron los días el grupo fue adelgazando. Cuando tomamos el barco en Bilbao, para regresar aquí, nadie nos despidió. Nos marchamos en una soledad total, completa. Todo es nada, amigo Plá. Vivo en la nada, en una nada de proporciones inmensas.”
Y después me fui –termina Pla- “con un estado de ánimo lóbrego, de una pesadumbre difusa y vastísima.”
(La crónica de Destino, 1957-1980)