jueves, 21 de agosto de 2008

Notas del Baixo Miño, 1

Bar del Monumento al Pastor, Ameyugo, Burgos. Dos niños, acompañados por sus abuelos, juegan al futbolín. Chillan como supliciados. No me aguanto más y les chisto. Callan por un segundo. El abuelo se levanta y les dice algo. Al instante vuelven a gritar. Pagamos y nos vamos.
Afuera, en la zona de juegos infantiles, tres niños magrebíes con sus jóvenes padres; ella se cubre la cabeza con un pañuelo. Los niños hablan español, euskera y árabe. El más pequeño juega un rato con M. Antes de irse le regalan un helado.



El patio de las hortensias bajo la viña



Zona de descanso de la autovía de la Plata, Villabrazaro, cerca de Benavente. Una placa recuerda que fue inaugurada en 2003 por un tal Alvarez Cascos. Sol abrasador, árboles raquíticos, mesas de hormigón con bancos. Abundan las papeleras –no demasiado limpias-, pero toda la zona está sembrada de papeles y plásticos.

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Galicia, el olor balsámico del eucalipto. Luego, a tierra mojada y plantas aromáticas.

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Cartel en una tienda, repetido tres veces: “No cambiamos las zapatillas sin caja”.



Una boda en Rianxo

Vigo. Un vigilante armado en la puerta de una joyería. Me sorprende: soy un provinciano.

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Observo los preparativos de un mendigo joven para comenzar su jornada laboral. Está acompañado por un cachorrito de samoyedo. Lo trata con brusquedad, el animal está amedrentado. Instala un cartel donde pide una ayuda o trabajo. Me pone nervioso, desasosegado. Doy una vuelta y regreso. El tipo permanece con la cabeza gacha. El animalillo está enroscado, inmovil. ¿Por qué la gente le da dinero a estos miserables?

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¿Esto qué es?, le pregunta un niño de cuatro o cinco años a su padre, frente a un cuadro de un tal Baltasar Torres, en el interior del Museo de Arte Contemporáneo de Vigo (MARCO). La primera intención del niño es comprender. ¿Tiene sentido el arte incomprensible? ¿Es una impostura?

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En el mismo museo. Tres grandes libros, abiertos sobre una mesa, cubiertos por manchas abstractas y monocromas. Al lado de cada uno de ellos hay unos guantes blancos de archivero. Je, je, me digo, qué chorrada los guantes. Paso delicadamente una página. La vigilante me hace una seña: hay que ponerse los guantes. No era una ironía.

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Apenas se puede transitar por los viejos caminos: nuevas construcciones por doquier, perros feroces tras las alambradas. Repelente.

Cuarto creciente desde la ventana


Mis sueños en la aldea son mucho más íntimos y personales, calan más profundo en mis recuerdos. Tal vez porque aquí pasé muchos días veraniegos durante la infancia. Casi dormido anoto: “La vida es un sueño, se pasa y se olvida como un sueño”.

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“No se puede ser crítico literario sin ser artista”, argumenta Azorín, de quien he adquirido un par de ediciones, para mi colección, en la Feria del Libro de Vigo. Con eso está dicho todo respecto a la mayor parte de la crítica actual.
“En arte –añade- el estilo es lo que salva”.

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La mujer pone a la niña a hacer pis en la orilla del mar. En ese momento pasa otra mujer, que lleva una pamelita de mimbre rosa, con su marido. Al ver a la niña acuclillada le recrimina a la mujer. Esta –en el momento en que yo paso- le devuelve la pelota: “Tonta, eres tonta… y además de tonta… fea… ¡y vieja!” La del sombrerito continúa el paseo, gesticulando hacia los servicios, hablándole al marido que la escucha impasible.